¿Cómo pueden los alpinistas cambiar la realidad de Nepal y de qué manera le ha servido esta experiencia?
Vamos allí, vemos sus problemas y convivimos con ellos. No es hacer una visita corta, sino que, cuando vas al Himalaya o a otra montaña, estás allí un mes o más. Y los alpinistas a los que nos ha dado por hacer los 14 ‘ocho miles’ u otras cumbres pasamos mucho tiempo de nuestra vida allí. Entonces te ves bastante involucrado con el entorno y, si puedes y tienes alguna oportunidad, como me ha pasado a mí y le ha pasado a mucha gente, intentas ayudar en algo. Y si lo haces te sientes muy a gusto. Subir montañas no es nada del otro mundo: hay que vivir con la gente que hay alrededor de ellas.
¿Los 14 ‘ocho miles’ son un reto personal de superación?
Siempre me ha gustado hacer montañas difíciles, complicadas y escalar mucho. Pero ahora, en este momento de mi vida como alpinista, me parecía lo más lógico ver si todavía lo consigo antes hacerme más mayor. Sé la edad que tengo y puede que pueda terminar o que un día se me quiten las ganas porque la salud no me acompañe, pero de momento estoy en buenas condiciones para hacerlo.
¿Qué valores aporta el alpinismo a la persona?
Los valores te los puede dar cualquier cosa. Lo único que tiene el alpinismo es que vives situaciones complicadas y te das cuenta de que hay cosas por las que no merece la pena preocuparse. Te enseña muchas cosas: a vivir de una manera más modesta y a saber lo que es importante y lo que no. Lo tienes muy claro cuando allí están viviendo en estas condiciones. En cualquier lugar uno se da cuenta de lo que hay a su alrededor: no hace falta hacer ‘himalayismo’ ni ir a Nepal, sino que en muchos sitios hay posibilidades de ser mejor persona e intentar ayudar a los demás.
¿Y qué sentimiento le produce llegar a la cima de una montaña?
Siempre digo lo mismo: bajar lo antes posible, porque allí no se pinta nada. El cuerpo humano no está adaptado para vivir allí. Sientes alegría, pero lo que hay que hacer es bajar. Las montañas no se acaban de subir hasta que no se bajan. La bajada es siempre un poco más complicada y cuando verdaderamente tienes una gran alegría es cuando estás en el campo base, relajado y pensando en lo que has visto y en que has conseguido uno de tus sueños. Uno reflexiona en su tienda y en el saco de dormir y te das cuenta de lo que has logrado. Hasta se te saltan las lágrimas de emoción y alegría.
¿Cómo nació la colaboración con BBVA?
Me llamaron. Conocieron mi historia a través de algún amigo o de mi página web. Tuve una conversación con ellos y les pareció que mi manera de hacer las cosas coincidía con las ideas del banco sobre la gente. Somos tres deportistas los embajadores del banco (Iniesta, Casillas y yo) y les gusta nuestra manera de ser y de comportarnos en el deporte.
Por eso ha nacido esta unión con BBVA, de la que estoy muy contento, porque gracias a ella tengo la posibilidad de intentar terminar de subir los 14 ‘ocho miles’, ser así la persona más mayor en hacerlo y mandar este mensaje a la gente más mayor. También aporto mi granito de arena al Club 59+ del banco.
¿Cómo fue la experiencia con los niños de la escuela de Sama, en Nepal, en la que está involucrado?
En Sama, una pequeña localidad a los pies del Kanchenjunga, estoy colaborando con BBVA y Esade en el desarrollo de una escuela para que se pueda autofinanciar y que además sirve de alojamiento para 100 niños de la localidad, contribuyendo a su sostenibilidad. De este modo, además de buscar que la escuela sea sostenible económicamente, evitamos que los niños vayan a Katmandú, donde muchos caen en la droga y la marginalidad y así puedan ayudar a sus padres. Cuando la escuela estaba montada, comí con los niños y eso fue increíble.
Era una maravilla ver a 100 niños tan interesados por comerse un plato de arroz con unas pocas patatas sin protestar ni decir que no les gustaba. De verdad que merece la pena ayudar y uno se da cuenta de que estamos rodeados de muchas cosas que nos sobran.