Cada correo electrónico que se envía genera alrededor de 0,5g de dióxido de carbono (CO2e). Si además se adjunta algún archivo, la cifra puede ascender a 10-20g de CO2e. Lo mismo ocurre con la actividad en Facebook, Instagram o TikTok, y con prácticamente cualquier cosa con la que interactuamos a través del dispositivo que sea.
Llegados a este punto, son las empresas tecnológicas las que tienen la posibilidad de contrarrestar estos temibles datos. En el caso concreto del sector del almacenamiento de datos, es fundamental encontrar la manera de almacenar y gestionar los 1.000 millones de datos que se calcula que se crearán en 2030.
Por ello, es de especial relevancia, trabajar de forma constante para ofrecer eficiencia en los sistemas de almacenamiento con el objetivo de permitir a las empresas almacenar más datos en un menor espacio. Para la mayoría de las empresas, la motivación principal ha sido la reducción de costes, o quizás la disminución de la huella derivada de los centros de datos. Sin embargo, tenemos que hacer mucho más.
Existen proyectos concretos que ayudan a las empresas a medir, a través de informes muy completos, el ciclo de vida del carbono en sus productos o servicios, desde los componentes hasta la logística y el propio uso del sistema. Una vez realizado este informe y extraídos los insights, se podrán adaptar esos productos y servicios en función de las necesidades del cliente para equilibrar el rendimiento, la capacidad y las emisiones.
Estos informes completos de gasto de energía pueden servir para adaptar sus propias estrategias de negocio. Además, permitirán a todo tipo de empresas identificar las cargas de trabajo que consumen más energía. Con esta información, podrán tener la capacidad de decidir si trasladan las cargas de trabajo a plataformas que puedan soportarlas con una menor demanda de energía, lo que reducirá, de forma inequívoca, las emisiones.
Sin embargo, se puede hacer aún más. Tal vez podríamos utilizar estos datos para ofrecer, de forma proactiva, recomendaciones sobre la ubicación de las cargas de trabajo, la reducción de las emisiones o la asignación de los datos a la nube. Otra de las opciones de lograr la mayor rentabilidad de los datos almacenados y reducir el gasto de energía es detectar aquellos datos que no están siendo utilizados, que estén obsoletos o que se encuentren duplicados. Para la mayoría de las empresas, el 68% de los datos que almacenan no se vuelven a utilizar después de su creación, por lo que se trata de una gran oportunidad de reducir la huella de carbono en el almacenamiento de los datos y, por tanto, las emisiones.
El primer paso para avanzar en este sentido es saber exactamente cuál es el punto de partida – según datos reales – y utilizarlo para demostrar exactamente el impacto positivo que se ha conseguido.
Cuando hablamos de sostenibilidad no podemos ponernos de perfil. Las empresas tecnológicas tienen el deber de ser los primeros aliados de la ONU (con los Objetivos de Desarrollo Sostenible) y las entidades que están luchando para revertir la huella climática. Si trasladamos este mensaje a nuestro sector, el del almacenamiento de los datos, tenemos que contribuir a evitar el llamado “despilfarro digital”. ¿Necesitamos los datos para la toma de decisiones estratégicas de nuestras compañías? Por supuesto, pero debemos tener la capacidad de seleccionar qué datos necesitamos y qué otros no. La nube, en ese sentido, también jugará un papel fundamental en el corto/medio plazo, a la par que las empresas deciden proseguir con esa migración.
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