¿Cuándo fue la última vez que habéis visto un cohete espacial? Seguramente cuando eráis pequeños, y no, probablemente no un cohete real, lo habéis hecho a través de los elementos que os encontrabais en casa, como, por ejemplo, una caja de cartón. Se dice que un niño pequeño se hace hasta 500 preguntas en un solo día, y tiene que ver con su descubrir el entorno que le rodea, de ir construyendo su realidad, acumular conocimiento y cuestionarse lo que le rodea, que es precisamente lo que hace la ciencia.
Para ellos, construir sus conocimientos a través de los juegos es fundamental, les hace aprender de una forma muy pedagógica, y si tiene la suerte de rodearse de personas que le guían de una forma asertiva, se convertirá en un ciudadano interesado por su entorno y dispuesto a colaborar con él.
Y es que aprender no es solo recibir conocimientos. Requiere una construcción real del pensamiento y aprender de los errores sabiendo que aún nos queda mucho por descubrir. En otras palabras, tener un enfoque científico es una oportunidad para tomar conciencia de sus propias formas de aprender y pensar.
Por otro lado, nos enseña que somos parte de una sociedad. De hecho, los grandes descubrimientos e innovaciones no han surgido de una sola persona que tuvo un Eureka un buen día en la bañera. Los mejores descubrimientos surgen de un grupo de personas que comparten sus conocimientos, sus errores y entre todos crean ideas para llegar, de una forma más rápida a grandes descubrimientos. Lo que se suele llamar la “red líquida” que nos dice, además, que, si el grupo es plural y diferente, será más enriquecedor. Así que la ciencia es social.
Y, por supuesto, la ciencia nos hace mejores ciudadanos. En este último año hemos aprendido el valor que tiene la naturaleza en nuestras vidas. Nuestros pequeños estuvieron encerrados un largo periodo de tiempo, y fue ahí cuando nos dimos cuenta qué tan importante es estar rodeados de vida, de árboles que poder escalar, de pequeños insectos de los cuáles sorprendernos. Nos hemos dado cuenta de que para vivir mejor no necesitamos grandes cosas materiales, pero sí conectar con nuestro entorno y comprometernos con él.
La ciencia ha hecho que vivamos cada vez más y mejor, sin embargo, pierde fuelle entre los niños y solo el 6% de los universitarios se matriculan en estudios científicos según un informe de 2019 de la Conferencia de Consejos Sociales de las Universidades Españolas. Para paliar esta situación, los rectores hacen un llamamiento a la comunidad educativa e instituciones y piden “orientar” a los escolares desde las primeras etapas educativas hacia este tipo de carreras, algo que llevamos haciendo desde hace cuatro años con Aulas LIBERA, el programa educativo del Proyecto LIBERA, creado por SEO/BirdLife en alianza con Ecoembes.
Con esta propuesta, buscamos crear un compromiso entre los alumnos y los espacios naturales más cercanos a sus centros escolares. De la mano de la ciencia ciudadana, desarrollando acciones concretas de impacto local, y gracias al compromiso del profesorado, los niños se vuelven actores del cambio y de la preservación de su entorno más próximo.
Además, desde el pasado mes de septiembre, la cuarta edición de ‘Aulas LIBERA’ ha incorporado un nuevo nivel, ‘Microplásticos’, por lo que los alumnos de bachillerato entran a participar en el programa con actividades y contenidos adaptados. Así contribuyen de forma directa en elaborar un mapa de la presencia de los microplásticos en los ríos gracias a recogidas de muestras. Por medio de la sensibilización y el aprendizaje, es también una forma de hacerles conocer en primera persona el impacto que puede tener la ciencia en su día a día, que la conozcan y que quizás, nazcan vocaciones.
Porque hacer que los más jóvenes se comprometan con la ciencia significa que crecerán más felices, más curiosos, y que cuando sean adultos, no olvidarán la promesa que le hicieron a ese árbol al que treparon o a esa ave que vieron volar, la promesa de protegerlos y de hacer todo para transmitir ese conocimiento a las próximas generaciones.