Según la OMS, en el Informe mundial sobre el envejecimiento y la salud: “se presenta un marco de acción para promover el envejecimiento saludable en torno a un nuevo concepto de capacidad funcional. Será preciso alejar a los sistemas de salud del modelo curativo y acercarlos a la prestación de cuidados integrales, centrados en las personas mayores. Habrá que crear, en algunos casos de la nada, sistemas integrales de atención a largo plazo“.
“Probablemente estas medidas sean una buena inversión en el futuro de la sociedad. Un futuro que otorgue a las personas mayores la libertad de vivir una vida que las generaciones anteriores nunca podrían haber imaginado”.
Una de las conclusiones que resulta de estas aseveraciones se refiere a la tendencia alcista de la relevancia de las personas que desarrollan actividades relacionadas con la prestación de esos cuidados, en la salud. Su importancia es primordial en la estrategia a seguir que se propone a largo plazo y que supone una mejora definitiva en la calidad de vida de las personas que los reciben. Por tanto, en la medida que estas tareas alcancen el grado de excelencia, mejorará la salud integral de todos, contribuyendo a la sostenibilidad de nuestro sistemas sanitario.
Todo parecen ventajas y sin embargo, uno de los aspectos que se tienden a minusvalorar es la relevancia del cuidador como parte fundamental de la ecuación, y ahora, donde la tendencia supone que la persona es la variable principal, puede resultar conveniente potenciar desde todos los ámbitos, desde las administraciones públicas, hasta iniciativas privadas.
Entre los cuidados integrales se encuentran como elementos universales entre otros, la empatía, el afecto, el cariño, el contacto físico o la atención a actividades que desarrollen capacidades tanto físicas como intelectuales como la lectura, la música o el ejercicio físico. De forma más especifica se atienden las necesidades individuales según el nivel de dependencia. Todo esto hace que la labor del cuidador requiera una formación integral transversal y multidisciplinar que pueda abarcar las diferentes demandas a las que se enfrentan o se van a enfrentar en su día a día.
En la Asociación Kurere, palabras que curan, llevamos más de cinco años captando, editando y publicando testimonios de pacientes y de familiares que cuidan y desde el comienzo, allá por el año 2016, nos dimos cuenta de la importancia que representa el cuidador, en cualquier situación adversa en la salud.
Aproximadamente el treinta y cinco por ciento de nuestros testimonios publicados pertenecen a cuidadores o familiares que cuidan y en gran parte de ellos se manifiesta un enorme vínculo emocional con la persona que recibe los cuidados. La visión del proceso adverso desde la perspectiva del cuidador es muy interesante y aporta mucha riqueza en todos los sentidos al proceso y sobre todo, si es familiar, la adaptación y la asunción de la situación como parte de su vida es digno de análisis y reflexión.
Muchos de ellos se enfrentan al duelo o momento de la pérdida, según nuestra colaboradora Merche Cardona: “con una mezcla de alivio culposo, incertidumbre y sobre todo con miedo al saber que deben enfrentarse de nuevo al mundo tal y como lo dejaron aquel día en el que se convirtieron en cuidadores”. También, en un buen número de los testimonios, reclaman su visibilidad y reivindican su presencia en función de la relevancia que desempeñan en cada situación.
Los cuidadores se enfrentan a muchos retos a lo largo de su actividad, y dado su papel preponderante en la atención a las personas, conviene prestarles la atención que necesitan. Parece muy acertado el modismo de “cuidar al cuidador”.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Internacional de las Personas Cuidadoras