Un día, sin darte apenas cuenta, asumes el rol de cuidador. Tu padre o tu madre se han hecho mayores y lo que antes eran detalles de cariño (llevarles un día la compra, acompañarles a dar un paseo, prepararles una buena comida…) se convierten en acciones completamente imprescindibles porque ellos ya no son capaces de ir a comprar, salir a la calle o tener un plato cocinado sobre la mesa sin ayuda.
En ese momento, te percatas de que necesitas más tiempo dentro de la vorágine particular de tu día a día: llevar a los hijos al colegio, ir al trabajo, volver a recoger a los niños, llevarles a actividades deportivas, a casa a ayudarles a hacer los deberes, preparar la cena y un largo etcétera y, entre tanto, sacar huecos para atender a los abuelos.
Si la vida ya te parecía complicada, en estas circunstancias se hace aún más agotadora. Entre diario y los fines de semana necesitan de ti para mantener su calidad de vida. Tú te debates entre el cansancio y el sentimiento de culpabilidad por no llegar a darles todo aquello que se merecen por sentirte presa de tus propias obligaciones laborales y familiares. Pero, aún así, lo haces lo mejor que puedes en un camino, el del cuidador, que nadie te ha explicado y que exploras descubriendo cada día las nuevas necesidades que marca la evolución del deterioro de tu ser querido y que a cada paso te dejan el corazón más herido. Pero acompañarles, cuidarles, quererles, devolverles lo que te dieron en tu niñez, te alimenta el alma. Y,eso, es una gran satisfacción.
No todas las familias lo tienen igual de fácil o igual de complicado. Lo cierto es que en una sociedad con una altísima tasa de envejecimiento de la población, los cuidados a nuestros mayores y dependientes tienen muchas taras. Son numerosas las organizaciones que se afanan en dar una respuesta adecuada, pero aún es insuficiente. Las administraciones están muy lejos de atender como se merecen estos ciudadanos que tanto han contribuido a la sociedad y que en su última etapa vital no merecen perder calidad de vida ni sentirse en el olvido.
Son enormes las necesidades (y el sufrimiento) que hay en todos y cada uno de los hogares que cuentan con mayores que requieren atención las 24 horas del día. Los hijos, aunque quieran, no pueden muchas veces cuidar como quisieran a las personas que les dieron la vida. Y, eso, es un castigo. Una durísima sentencia. ¿A qué esperan los gobernantes para acompañar a las familias?
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Internacional de las Personas Cuidadoras