“Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad”. (Erich Fromm).
Todos recordamos, porque habremos sido también protagonistas, los aplausos en los balcones que dábamos a los sanitarios en el peor momento de la pandemia, especialmente durante el confinamiento, como muestra de apoyo y reconocimiento por su valentía al ponerse al frente de la lucha contra el COVID19, por su esfuerzo por intentar levantar una barrera inexpugnable contra aquel ser minúsculo que, sin embargo, truncaba vidas de la manera más cruda y cruel. Nadie dudó del merecimiento de ese aplauso.
Otros muchos colectivos recibieron también, de una manera o de otra, ese reconocimiento: bomberos, Ejército, agricultores, dependientes de supermercados…, ya porque se acordaron de ellos en los informativos, ya porque su labor, enormemente visible, no podía obviarse.
Difícilmente, alguien de fuera del sector -y de dentro- podrá recordar felicitación alguna a las personas encargadas de cuidar a nuestros mayores en las residencias, en sus propios hogares o mediante unas sencillas llamadas y/o atenciones telefónicas no solo en aquellos momentos dramáticos, sino, en general. Más bien al contrario, el desconocimiento del sector de los cuidados a nivel general y la falta de responsabilidad política para tomar decisiones consensuadas contribuyó a generar en la sociedad una repulsa a un sector que, más allá de errores, estuvo en el frente de esta “guerra” igual o más que otros ámbitos profesionales.
Profesionalización
La necesidad de esta figura se hace cada vez más imprescindible. El progresivo envejecimiento de la población, unido a una mayor esperanza de vida configura, especialmente en España, una sociedad futura donde los “cuidados” habrán de ser más profesionales, con personas formadas en aspectos sociales, además de, en función de las necesidades de la persona mayor, quizás sanitarios.
Ello implica que el modelo de cuidados debe evolucionar, entre otros aspectos, en esta vía: en hacer más atractivo el sector para atraer talento; en implicar a la Universidad para promocionar la formación en estas ramas sociales que verán crecer su demanda de empleo de manera exponencial de aquí a veinte años y en consensuar, con todas las esferas afectadas (Gobiernos, administraciones públicas, entidades, profesionales y sindicatos) los aspectos relativos a ratios y salarios. En definitiva, hay que cuidar a los cuidadores y quizás su reconocimiento no venga nunca en forma de aplauso, pero sí de personas concretas, como tú y como yo (todos seremos mayores) a las que día a día dedican su trabajo, su tiempo y, en ocasiones como en la pandemia, sin tener apenas fuerzas para ello, su mejor sonrisa.
“¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma lo que más precioso tiene, da su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en ella, da su alegría, da su interés, da su comprensión, da su conocimiento, da su humor, da su tristeza, da todas las expresiones y manifestaciones de lo que está en ella”. (Erich Fromm).
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Internacional de las Personas Cuidadoras