Son muchas las personas que, en algún momento de su trayectoria profesional, encienden su bombilla y dan con una idea que parece perfecta. La ideación es un primer paso natural en la vida de toda startup, que precede al segundo paso: trabajar el encaje problema-solución. Esto consiste en identificar qué problema resuelve esa idea, cuál es su intensidad, su tamaño e importancia, a quién se lo resuelve y si la solución pensada es realmente la que necesita el mercado.
Las fases iniciales de todo proyecto emprendedor requieren de un acompañamiento que les permita convertir la idea en modelo de negocio, es decir, conseguir que esa idea cree un valor, hacerlo llegar a sus potenciales clientes y conseguir que estos nos devuelvan una percepción de valor (económica y/o social) por ello, mientras conseguimos un modelo sostenible desde el punto de vista económico, social y medioambiental. Y esto se consigue gracias a los programas de preaceleración. Durante esta etapa, el máximo objetivo es validar el modelo de negocio y escuchar con atención al mercado.
El proceso de preaceleración es crucial antes de acelerar cualquier proyecto. Hay metodologías para validar los modelos de negocio, y es muy importante tener en cuenta factores como la existencia de un mercado suficiente o la ventana de oportunidad del proyecto relacionada con las tendencias tecnológicas, sociales y económicas del momento así como temas de orden regulatorio como la protección intelectual o la regulatoria específica por tipología de producto caso de ser necesaria. Además, el trabajo del emprendedor tiene que focalizarse en el conocimiento de la industria a la que pertenece, así como de la cadena de valor, para identificar qué lugar ocupa él en esa cadena, aunque su posición pueda cambiar con el tiempo. Eso no debe asustarnos, ya que los modelos de las propias industrias también cambian y evolucionan.
Los procesos de preaceleración se desarrollan siguiendo metodologías ágiles que permiten iterar e interactuar con el cliente final, para construir soluciones de manera progresiva. Por ello, en esta fase es importante lanzar el primer MVP (‘minimum viable product’), ya que es el que nos permitirá interactuar con el mercado, partiendo de una solución inicial, y crear junto con el cliente una solución interactiva e iterativa.
Cuando pasamos a la fase de intentar acelerar el ritmo de penetración de la idea en el mercado, entonces hablamos de aceleración. Estos programas buscan el escalado de los proyectos en el menor tiempo posible, validando o evolucionando el mejor modelo de ingresos (para ello hay que seguir testando), identificando cada vez más claramente los diferentes arquetipos de usuarios y clientes (esto implica seguir hablando con ellos pero ya desde los diferentes perfiles que han adoptado respecto al proyecto, usuario, cliente, no cliente…), con un claro objetivo de conseguir ventas recurrentes y de hacer eficientar procesos internos (lo que implica tecnología en muchos casos). En definitiva, un programa de aceleración busca lo que conocemos en las metodologías de emprendimiento como alcanzar el ‘product market fit’.
No hay que perder el foco de que la aceleración es más exigente que la preaceleración: requiere mucho nivel de ‘expertice’ y sin posibilidad de inversión, en la mayoría de los casos, carece de sentido. Si queremos vender de manera repetible y escalable, necesitamos otros recursos, como la especialización en función del proyecto, la tecnología, los mejores partners en cada país, el mejor equipo humano, gran capacidad de negociación (es probable que en estas fases puedan/deban entrar inversores y partners industriales…), la protección adecuada, un gran conocimiento del mercado destino…. Por eso, la mayoría de los programas de aceleración trabajan por verticales, no son generalistas.
Aceleración corporativa: una oportunidad en alza
Desde hace unos años, está en boga la aceleración corporativa, una oportunidad en alza, puesto que genera relaciones ‘win-win’ entre las corporaciones y las startups. El programa que se acelera ocupa un lugar en la cadena de valor gracias a la corporación, ya que le hace de canal de llegada al mercado y comparte con él todo su ‘expertice’. Las corporaciones, por su parte, se benefician al integrar capacidades de un tercero y absorben nuevos recursos para iniciar una transformación cultural en el seno de sus organizaciones, al conocer cómo otros modelos, como los de las startups, son capaces de funcionar de manera ágil, innovadora, apoyados en tecnología y con contacto directo con el mercado.