Mientras espero a mi hija a que salga de su entrenamiento diario para bajar juntos al pueblo, observo sentado en un banco a unos críos jugando a ser equilibristas en el bordillo de la acera. Al verles me acuerdo de aquella frase que me repetía automáticamente mi madre cuando le decía “mis amigos lo hacen”, y me respondía “si tus amigos se tiran por un precipicio, ¿tú también te tiras?”, esa respuesta tan manida por tantas madres ha estado siempre en mi cabeza, ser críticos, no seguir la corriente, cuestionar las reglas de la manada impuestas por los poderes políticos y económicos.
Tengo la sensación de que ahora nos estamos tirando todos por el precipicio al que se refería mi madre y que reflejaba muy bien aquel juego de los noventa, donde tenias que salvar a un grupo de personas (se llamaban dummies) que iban abocados al suicidio y tu tenías que lograr llevarlos a casa sanos y salvos. Iban todos en fila, siguiendo el camino del primero, sin cuestionarse nada, simplemente siguiendo los pasos del delante.
Hoy nos tragamos las noticias, la información de la televisión, los periódicos, las radios y las redes sociales como si fueran irrefutables. Vivimos la mayor manipulación mediática de toda la historia y no nos cuestionamos si nos llevan a un camino sin retorno. Nos restringen las libertades a través del miedo y las aceptamos; nos afirman que el futuro está en las ciudades y nos lo creemos. ¿Por qué aceptamos hipótesis futuribles como certezas? Vivimos un tiempo lleno de incertidumbres, pero también de oportunidades y de cambios que van a afectar a las futuras generaciones y a la conservación del planeta. Es tiempo de cambiar creencias del pasado por nuevos paradigmas sociales, medioambientales y de convivencia.
El otro día leía un titular en la prensa que decía “Dentro de 15 años casi un tercio de la población española vivirá concentrada en Madrid y Barcelona, en 2050 el 88% de la población española vivirá en el medio urbano”; me pregunto, ¿por qué tenemos que aceptar esta hipótesis?
Vivimos en una sociedad urbanocentrista, los medios centran las noticias en las ciudades, los partidos políticos buscan sus votos en el caladero de las urbes; abandonando a su suerte los entornos rurales. Prueba de ello son las medidas y restricciones tomadas durante esta pandemia, donde el único criterio que se ha seguido es el de las ciudades, creando situaciones berlanguianas como que en el pueblo no podías ir a tu huerta a por los tomates, pero si podías desplazarte 30 kilómetros para ir a un hipermercado a comprarlos.
Damos por hecho hipótesis y creencias sin buscar otras alternativas posibles, viables y centradas en las personas y el planeta. El Objetivo 3º de Desarrollo Sostenible nos habla de salud; en concreto en su punto 3.9 de salud medioambiental (químicos y polución). Este objetivo marca que de aquí a 2030, debemos reducir sustancialmente el número de muertes y enfermedades producidas por productos químicos peligrosos y la contaminación del aire, el agua y el suelo.
¿Creemos realmente que creando macrociudades hiperpobladas vamos a lograr este objetivo o alguno de los 17 planteados?, ¿creemos de verdad que vamos a solucionar el problema de la polución, masificando las ciudades?. Casi el 11% de las muertes en España son por polución y a nivel mundial hablamos de 1 de cada 5 fallecimientos son por causas de contaminación según un estudio publicado por Environment Research.
Cumplir con los ODS, también con el ODS 3, pasa por nuestras decisiones personales, el equilibrio territorial y por cuidar nuestros pueblos, por entender que el futuro de la humanidad y del planeta está en la convivencia entre lo urbano y lo rural. Basta ya de “vender” lo rural desde el victimismo, la nostalgia; debemos trabajar en mostrar el mundo rural, como un lugar de prosperidad, de oportunidades, de innovación, donde las personas puedan desarrollar de forma saludable y responsable su proyecto de vida; una realidad que ya se está produciendo y que va a más. Podemos revertir el éxodo rural si hay voluntad política y social, y con ello contribuir de forma positiva a la salud y al medioambiente; y con ello a nuestro propio bienestar.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables con Unoentrecienmil sobre el Día Mundial de la Salud