“¿Economía de la felicidad?”…¡qué gracia! ¿eso qué es? ¡Ah! una rama ingenua de la Economía, lo siento pero yo no creo en el buenismo. ¿Qué la felicidad agregada puede ser un buen indicador del desarrollo de un país? Pues creo que no hay mejor indicador que el PIB, por más que digan que está superado. ¿Que me fije en el ejemplo de Buthan y su FIB? Hombre eso puede funcionar para un puñado de monjes que viven en el Himalaya pero para un país serio no lo creo. ¿Cómo? ¿que en Nueva Zelanda está funcionando?”.
Aires nuevos soplan en la Economía. Y es que los líderes que han sabido ver “más allá del PIB”, en palabras del Nobel Joseph Stiglitz, y se han preocupado de cuestiones para las que hay que tener cierta “sensibilidad”, como la infancia, el cambio climático, la calidad del empleo, la generosidad, la humildad… A esos les ha ido mejor durante esta pandemia.
Y como retrato robot de nuevo líder, tenemos a las primeras ministras de Nueva Zelanda e Islandia. Mujeres jóvenes pero con edad suficiente como para haber acumulado experiencia, madres que concilian cargos de responsabilidad, elocuentes y sobre todo, con gran empatía para detectar problemas sociales.
Eso es una cualidad propia de mujeres, pensarán algunos, y también hay quien piensa que los dirigentes no están para ese tipo de problemas, bastante tienen con lidiar con asuntos económicos (no es cosa fácil, no).
La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, logró que su país quedara libre de coronavirus el 8 de junio (aunque a fecha de hoy no esté del todo erradicado), tiene como lema: “Be strong, be kind, we will be OK”.
Katrín Jakobsdóttir, desde que se convirtió en primera ministra de Islandia, ha tomado decisiones políticas tan sorprendentes como potenciar la industria creativa para remontar los efectos de la crisis económica y financiera. Actualmente Islandia es el país con la tasa de Covid más baja de la Unión Europea. “Lo que podemos aprender de esto es que es importante dejar a un lado el ego como políticos y aprender de los científicos que se han enfrentado a una crisis que nadie podría esperar”, afirmaba Jakobsdóttir a la revista Time.
Mette Frederiksen en Dinamarca, logró dar respuesta al desempleo, a través del diálogo social y del consenso político.
Sanna Marin, la Primera Ministra de Finlandia, país al que se considera como el más feliz del mundo (World Happiness Report, 2020) y en el que gobierna en coalición con otros cuatro partidos, todos ellos representados por mujeres. Sanna ha ganado gran popularidad durante la crisis del coronavirus, donde ha sabido conjuntar restricciones y una importante dotación de material preventivo y médico.
Así, podríamos seguir dando pinceladas de otras líderes, como Erna Solberg en Noruega (que dio una rueda de prensa a niños para resolver dudas sobre la pandemia); Tsai Ing-wen en Taiwan o Sheikh Hasina en Bangladesh. Son muchos los medios que se han hecho eco de la buena gestión de las mujeres durante la crisis.
Pero el objetivo de este artículo va más allá de ensalzar las virtudes del género femenino para dirigir un país, o una organización, o cualquier ente que suponga la gestión de personal y de medios. No se pretende cuestionar lo que reza el título del artículo de Tomás Chamorro-Premuzic: ¿Por qué tantos hombres incompetentes se convierten en líderes? Lo que se intenta es demostrar que una situación tan trágica como la actual crisis de la Covid-19, ha servido de escenario para mostrar que la Economía de la felicidad o del bienestar subjetivo no es sólo una nueva teoría, sino que en la práctica ha funcionado.
En este contexto de interacción entre ideas y políticas públicas, es donde ha surgido con fuerza (viene para quedarse) la Economía de la felicidad. Según esta subdisciplina (revolucionaria) del Análisis Económico:
- La Economía debe estar al servicio de las personas.
- El dinero es un medio (nunca un fin).
- La Economía puede aprender mucho de la Psicología.
- Los datos de bienestar subjetivo son un complemento necesario a los datos objetivos.
Dentro de este paradigma, se ha demostrado científicamente que la felicidad individual está determinada por la inteligencia emocional (autoestima sana, empatía, motivación y networking) y la ética de las virtudes. Por ejemplo, a nivel empresarial, estamos promoviendo (véase Borra y Gómez-García, 2012; Gómez-García, 2020) un sistema de salarios emocionales. Evidentemente no es el momento de subir los salarios monetarios, sin embargo, la evidencia microeconométrica está demostrando, por un lado, que las mujeres están mejor preparadas para funcionar dentro de este nuevo paradigma (Campos-García, 2021) y, por otro, que cualquier circunstancia es buena para mejorar las condiciones no monetarias del trabajo –sin coste monetario alguno para las empresas-. Aquí funciona el sentido común: un trabajador feliz genera, nada más y nada menos, que una elevada productividad (Mercader, 2017). No es cuestión de inversión, es cuestión de reflexión –apoyada en la Economía del bienestar laboral subjetivo basada en la evidencia-.
Pues a eso nos dedicamos los que estudiamos Economía de la felicidad: a encontrar unas veces a través de la literatura, otras mediante nuestra propia intuición, cuáles son los determinantes de la felicidad, y a demostrar su validez, unas veces con modelos matemáticos y otras con evidencias, para que estos resultados puedan ser utilizarlos por aquellos que toman las decisiones públicas y empresariales. ¿Es algo ingenuo? No, hoy por hoy es una realidad de la que no podemos quedar rezagados.