“A nivel global la desigualdad ha disminuido, estrechándose la brecha entre países. Sin embargo, la desigualdad de la riqueza ha crecido en dos tercios en los países de la OCDE desde el año 2000”
“Habrá quien reniegue de los lazos con la comunidad que le ha hecho crecer. Habrá también personas creativas y transformadoras, que entiendan el progreso como la oportunidad de ayudar a desplegar techos que nos acojan a todos, no murallas que nos separen”.
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Meses antes de que surgiera la pandemia Covid-19, en una Conferencia Mundial de Inteligencia Artificial celebrada en Shanghai, Jack Ma –fundador de ALIBABA–, y Elon Musk –de TESLA–, mantuvieron una animada discusión. Musk postulaba que, dentro de unas décadas, los nuevos robots dotados de inteligencia artificial tendrían consciencia y se constituirían en una especie superior: nos mirarán a los humanos como extraños seres de habilidades inferiores, que nos comunicamos entre nosotros a velocidad de tortuga; nos contemplarán como contemplamos hoy nosotros a especies menos desarrolladas. Por el contrario, Ma le contradecía y opinaba que los robots serán sólo máquinas diseñadas exclusivamente para dar apoyo a los humanos. El debate terminó con el primero encogiéndose de hombros y confesando al segundo: “No sé, tío…”.
¿Economía colaborativa?
Antes de la actual crisis provocada por la pandemia, ya aventurábamos que la cuarta revolución industrial cambiaría muchas cosas, ciertamente la manera de crear empleo. Si bien la demanda de trabajo altamente cualificado, sobre todo en las especialidades tecnológicas, crecerá aceleradamente, más de la mitad de los trabajos actuales son susceptibles de ser reemplazados por las nuevas máquinas dotadas de inteligencia artificial y otras innovaciones tecnológicas. Hasta ahora, todas las anteriores revoluciones industriales han sido creadoras de empleo neto, generando nuevas oportunidades de trabajo con mayor valor añadido. Esta vez, sin embargo, los nuevos robots, dotados de inteligencia artificial, reemplazan por vez primera al hombre en tareas cognitivas y no rutinarias, pudiendo desplazar muchos más puestos de trabajo de los que crean. Las máquinas comienzan a abordar tareas hasta ahora encomendadas a trabajadores (white collars): teleoperadores, analistas financieros, gestores de riesgos. Por otra parte, la calidad de muchos de los puestos de trabajo creados en el nuevo entorno es discutible. Las plataformas digitales como Uber o Deliveroo han dado lugar a una «economía colaborativa» que recluta a miles de trabajadores autónomos, frecuentemente sin la protección social, derechos laborales, ni control significativo sobre el contenido de su trabajo.
Paradojas de la riqueza
Según el Credit Suisse Research Institute, en 2019 el 1% de la población mundial más afortunada dispone prácticamente de la mitad de la riqueza global, mientras que el 56% de la población apenas se reparte un 1.8%. A nivel global la desigualdad ha disminuido, estrechándose la brecha entre las economías en vías de desarrollo y los países de mayor riqueza. Sin embargo, según McKinsey Global Institute, la desigualdad de la riqueza, medida por el cociente entre la riqueza media y la típica (mediana), ha crecido en dos tercios en los países de la OCDE desde el año 2000. Los salarios han permanecido estancados en muchas de las economías avanzadas.
En los países del G-7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, que agrupan el 58% de la riqueza neta global), la renta disponible real del 70% de los hogares se ha mantenido o ha caído desde 2005, afectando de manera particularmente aguda a la clase media y a los trabajadores menos cualificados. Aunque la inflación se ha contenido, los costes de vivienda, educación y salud, mientras tanto, han crecido de una manera desproporcionada, muy por encima de la inflación.
Una tendencia con gancho
La situación de desigualdad y carencia de los más desfavorecidos, que ya empezaba a perfilarse, se ha recrudecido enormemente tras la pandemia. Antes, el mundo empresarial había ya comenzado a subrayar el apoyo relevante que debería prestar para ayudar a crear una prosperidad social compartida. En agosto 2019, la asociación de CEO’s americanos denominada “The Business Roundtable” –equivalente al Círculo de Empresarios español– hizo pública una declaración de principios definiendo su nueva visión sobre el propósito de la corporación: procurar valor a sus clientes, invertir en sus empleados, tratar justa y éticamente a sus proveedores, apoyar a las comunidades donde trabaja, y generar valor a largo plazo para sus accionistas.
La fundación CODESPA ha mostrado una preocupación especial por el impacto social de la empresa en nuestra era digital. Dentro de su iniciativa Prosper4All, un trabajo de investigación donde lleva invertido más de dos años de esfuerzo y en donde he tenido el orgullo de poder contribuir junto a un amplio conjunto de profesionales y académicos, CODESPA ha desarrollado una serie de 46 indicadores que, analizados mediante un cuestionario de declaración voluntaria, permita medir y acelerar el compromiso corporativo con el crecimiento inclusivo.
En un entorno cada vez más complejo y sofisticado, es inevitable que algunos puedan quedarse atrás. La solidaridad del mundo se pone una vez más a prueba. Habrá quien reniegue de los lazos con la comunidad que le ha hecho crecer, y busque simplemente medios que aumenten su gratificación económica individual. Habrá también personas creativas y transformadoras, que entiendan el progreso como la oportunidad de ayudar a desplegar techos que nos acojan a todos, no murallas que nos separen.