Nos toca desenvolvernos en un mundo increíblemente hiperconectado y globalizado, con un entorno económico y social complejo sometido también a múltiples desafíos y en el que el impacto de nuestras acciones, ya sea como empresa o como ciudadano, puede ser medible y provocar grandes cambios por pequeños que estos nos parezcan. Por ello, es necesario trascender el plano económico, aunque éste sea indispensable, a través de la implementación de criterios de Responsabilidad Social Empresarial y Sostenibilidad, que, paralelamente, revierten cada vez más en el -legítimo- ámbito financiero puesto que la RSE se traduce finalmente en un factor de competitividad clave para la consolidación en los mercados. La sostenibilidad significa nuevas oportunidades de negocio y de crecimiento por lo que debe ser una prioridad también desde este enfoque.
La Agenda de Desarrollo Sostenible de la ONU para 2030 supone una hoja de ruta sin precedentes que persigue un cambio de paradigma con el objetivo de alcanzar un crecimiento global sostenible. Supone una oportunidad social a nivel global que requiere la confluencia de soluciones políticas, económicas, ambientales y sociales, pero también, y desde una perspectiva a la que probablemente se le haya prestado menos atención, necesita de una profunda implicación de la I+D+i y la tecnología. Desde este punto de vista, no podemos obviar que los retos que definen los ODS requieren de un gran esfuerzo de la comunidad científica y de la industria para generar productos, tecnologías y procesos accesibles a todas las personas para dar respuesta a las demandas sociales más elementales relacionadas con la energía, el acceso al agua potable, la alimentación o la salud. Pero la innovación también es necesaria para brindar soluciones medioambientales directamente vinculadas a la lucha contra el cambio climático y que pasan por la minimización del impacto ambiental, el aprovechamiento de los recursos sostenibles, la reutilización y la valorización de residuos, mantenimiento de recursos naturales y la protección del medioambiente.
Por ello, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, más allá de constituir un punto de inflexión en los modelos de producción son impulsores de nuevos caminos empresariales, de oportunidades de negocio y de competitividad desde múltiples enfoques. Esto revierte a su vez en generación de valor para la sociedad contribuyendo a la dinamización de la economía y la generación de empleo digno. Por ello, los ODS van escalando peldaños como marco de referencia en la estrategia de negocio de las empresas españolas.
En el caso del sector químico, una de las principales oportunidades de negocio que han proporcionado los ODS y en concreto la apuesta por un modelo de economía circular, se ha centrado en el desarrollo de productos, materiales y procesos de producción focalizados en combatir el cambio climático y que han permitido a los sectores de mayor peso en nuestra economía reducir su huella de carbono promoviendo el uso eficiente de los recursos y la reutilización de materiales a lo largo de la cadena de valor. Pero tan importante como avanzar en la transición de una economía lineal a un modelo circular y bajo en carbono, una evolución que por cierto hoy pocos cuestionan ya, es que este proceso se lleve a cabo de manera progresiva e inteligente, permitiendo a las empresas transformarse y adaptarse de manera eficiente ya que la sostenibilidad, sin competitividad, deja de ser viable.