La sociedad global se encuentra ante escenarios marcados por una sensación de encrucijada desde cualquier ámbito que se analice. La naturaleza de nuestros problemas incrementa la incertidumbre porque nos encontramos con cambios de tendencia inesperados.
Hay un gráfico muy difundido que explica bien nuestra estupefacción. Se trata de la curva del Elefante que Branko Milanovic presentó en su trabajo del año 2012 (Global Income Inequality by the Numbers: in History and Now —An Overview) para el Banco Mundial. Representa el crecimiento del ingreso en los distintos percentiles de renta de la economía mundial. Los superricos están en la cúspide de la trompa, son los llamados superricos, el 1%. Las clases medias de los países occidentales, en la base de la trompa, tiene incluso, ¡oh sorpresa!, crecimiento negativo. Las clases medias de los países en desarrollo (efecto China) absorben buena parte del crecimiento (el lomo del elefante), aunque sigan lejos de nuestro bienestar.
El gráfico ayuda a poner en el centro de la mesa dos de los grandes debates de la sociedad global: la exclusión y la desigualdad, extendidas ambas a ricos y pobres.
Este escenario plantea retos importantes a la RSC. El modelo de desarrollo subyacente a los Objetivos de Desarrollo Sostenible plantea objetivos de naturaleza universal, pero de aplicación particular. Ofrecen un marco idóneo para que las empresas e instituciones de un país como el nuestro diseñen, ejecuten y expliquen sus acciones de RSC.
La RSC puede ser un instrumento idóneo de adaptación a los nuevos consensos globales promoviendo cambios en los comportamientos sociales e individuales. Es fácil imaginarse el potencial de transformación de la percepción de la crisis de los refugiados y migrantes si las estrategias de RSC apoyan su inserción social y económica en países que necesitan ya la incorporación de población joven en edad de trabajar para asegurar las bases de nuestro contrato social.
O como la RSC puede incidir sobre la transparencia en la fiscalidad, o las leyes contra el abuso de posición dominante de mercado. A lo mejor la apertura de la sociedad española a la RSC e incluso a las acciones filantrópicas propias del mundo anglosajón, es capaz de mover las siglas del debate sobre la gestión de los beneficios empresariales desde las SICAV a la RSC.
El comercio justo es un campo prometedor para la RSC. Su conexión con los ODS es también notable. Su efecto en el cambio de comportamiento de ciudadanos y consumidores enlaza con los grandes problemas globales. Es un nexo directo entre las decisiones de consumo y las oportunidades de desarrollo.
La apuesta de empresas y marcas por el comercio justo es creciente en España y el mundo. En algunos países europeos (Francia, Países Bajos, Noruega) las cuotas de Fairtrade son elevadas. En muchos de ellos los productos Fairtrade son cada vez más visibles en los circuitos de comercialización y se suman al conjunto de opciones para un consumo consciente que gana espacio entre nuestras preferencias.
En España el peso del comercio justo es todavía limitado aunque crece anualmente. La media global de consumo de Fairtrade por persona en 2017 fue de 14’1 euros mientras que en España fue de 0’93 euros. En países como Suiza es de 63 euros.
¿Se imaginan el impacto de que, vía RSC, muchas empresas se sumaran a ciudadanos y administraciones para comprar comercio justo o decidieran adaptar sus estándares de producción y venta a los delcomercio justo?