Resulta habitual justificar la RSE desde la utilidad que la misma tiene para la empresa. Considerarla una inversión, una reducción de costes, o, el más actual, un proceso de valor compartido; haciendo referencia al beneficio que para las propias empresas genera la responsabilidad social. Esta dinámica ha llevado a desarrollar procedimientos para poder cuantificar el retorno de dicho gasto / inversión para la empresa. Indudablemente que los intereses sociales sean convergentes con los intereses de las empresas, es positivo; pero en este caso, la Responsabilidad Social parece que se pudiera subsumir fácilmente en la búsqueda de los objetivos empresariales. Como señaló ya hace tiempo M. Friedman, “existe una tentación muy fuerte de racionalizar estas acciones como un ejercicio de responsabilidad social… cuando encubren actuaciones realizadas en el propio interés”; lo que sin duda es totalmente legítimo. La cuestión es porqué hablamos de responsabilidad social, en lugar de responsabilidad económica, si la primera es únicamente instrumental a la segunda. Este tipo de responsabilidad no parece una novedad, de hecho ya era defendida, salvo en su denominación, por el propio Friedman: “existe una y sólo una responsabilidad social de la empresa: utilizar sus recursos y comprometerse en actividades diseñadas para incrementar sus beneficios en la medida en que permanezca dentro de las reglas del juego; es decir, comprometerse en una competencia abierta y libre, sin engaño o fraude”.
Si la RSE es rentable, la podemos denominar de esta u otra forma; pero en la práctica estará haciendo exclusivamente referencia al concepto de buena gestión. No hay ningún economista, por más obtuso que sea, que defienda que las empresas deban reducir costes vinculados a los grupos de interés, si esto genera una perdida, presente o futura, mayor que el ahorro conseguido. En positivo, cualquier gasto /inversión en los grupo de interés que obtenga un resultado superior al coste de oportunidad será bienvenido, al margen de la preocupación que la empresa pudiera tener para con la sociedad.
Pero la verdadera prueba del algodón la encontramos en aquellos casos en los que existe una contradicción entre los resultados económicos de la empresa y el valor social generado o detraído a la sociedad. Y si la RSE no es rentable…, ¿Cuál será la actuación de la empresa?. La respuesta es sencilla, depende de la lógica dominante. Si la preocupación social es instrumental, optará por obviarla hasta que se pueda alinear con el resultado económico; si la lógica es social, estará dispuesta a sacrificar resultados económicos en aras a generar un mayor valor social. En el primer caso será difícil pensar que estamos hablando de una auténtica responsabilidad social. Aunque es difícil saber que haríamos en otras circunstancias, las empresas puedan cuestionarse sobre cómo reaccionarían ante esta situación.
Esta segunda situación, de trade off, genera dos cuestiones importantes: de una parte, quién debe ser el “responsable”; de otra, como comparamos el coste económico, efectivo o de oportunidad, con el supuesto beneficio social. La primera, posiblemente exige un cambio en el nivel en el que se plantea la responsabilidad; casi siempre el de dirección y pocas veces el de la propiedad de la empresa. Como la RSE está enfocada fundamentalmente a la dirección, esta puede asumir de forma sencilla el compromiso con la misma siempre que se alinee con la creación de valor económico para los accionistas; sin embargo en el caso contrario, genera un serio problema de agencia, ya que se puede suponer que se va contra el interés de los accionistas, supuestamente, ganar dinero. Como diversos estudios ponen de manifiesto, los intereses de los accionistas son múltiples y variados, igual que los de los directivos. En ocasiones pueden focalizarse únicamente en los resultados económicos, e incluso en una perspectiva cortoplacista, pero en muchas otras ocasiones pueden tener auténtica preocupación social; sobre todo cuando una parte muy importante de esos inversores somos los ciudadanos de a pie, con nuestros ahorros en renta variable, en fondos de pensiones, públicos o privados, o en fondos soberanos. El problema de agencia se resolvería fácilmente subiendo el nivel de interlocución de la RSE de los directivos a los accionistas. El primer gran reto.
El segundo gran reto es más técnico. ¿Contra qué ganancias sociales pueden estar los accionistas dispuestos a no optimizar el potencial beneficio económico?; es difícil que sea en relación a planteamientos difusos relacionados con un impacto social genérico. Las empresas necesitan de un sistema de contabilidad social que les permita monetizar los resultados sociales al igual que se hace con los resultados económicos De esta forma los propietarios pueden estimar las dos balanzas del trade off, y tomar decisiones coherentes con sus creencias, intereses y preocupaciones, tanto económicas como sociales.
Trasladar la reflexión sobre la RSE a la propiedad de las empresas y dar instrumentos que permitan su comprensión en términos monetarios, son, sin duda, los dos grandes retos actuales de la RSE.
Dicho lo anterior, será estupendo que en todos los casos posibles un buen diseño societario, desarrollado a partir del propósito de las organizaciones, conlleve la alineación de los resultados sociales y económicos; pero teniendo claro cuáles serán los prioritarios en caso de un hipotético conflicto.
Este contenido está incluido en el Anuario Corresponsables 2018