Puede que la vida no sea perfecta, pero no va mal si puedes visualizar que va a mejorar. A todas nos sonarán los “si tienes trabajo no puedes ser pobre” o “si estudias, tendrás un buen trabajo” Siempre han existido esas afirmaciones que de alguna forma nos garantizaban, que ese futuro, con esfuerzo, sería mejor. Hasta ahora.
De esta larga recesión salimos más pobres (más de diez millones de españoles están bajo el umbral de la pobreza), más parados (casi el 70% de los parados de larga duración no recibe ningún tipo de prestación) y con pocas perspectivas de futuro (más del 30% de los menores de 18 años están en riesgo de pobreza o exclusión social). Los retos sociales se han multiplicado de manera exponencial y el estado del bienestar mengua a medida que se reducen sus ingresos. La cuarta revolución industrial nos pisa los talones y huimos hacia delante, nerviosos, mirando permanentemente por el retrovisor. Tenemos miedos. Demasiados. Entre otras cosas, a los robots. Pobreza infantil, desigualdad, abandono escolar, desempleo, dependencia, precariedad laboral, cambio climático, trabajadores pobres o vulnerabilidad energética, son algunos de nuestros fantasmas. La lista sacude la esperanza.
Muchos nos preguntamos qué nos queda ante este panorama. La respuesta parece clara: generar cambio. El 50% de la población mundial tiene menos de 30 años. Nunca ha habido tantos jóvenes. Nunca han tenido tan pocas oportunidades. Probablemente por esa falta de oportunidades, las pésimas perspectivas laborales y la transformación digital, el emprendimiento ha crecido de manera constante en todo el mundo en los últimos años. De hecho, se ha convertido en una alternativa real para muchas personas que deciden liderar su propio futuro. Algunas con notable éxito.
¿Qué les mueve? Cuando les preguntan por su motivación suelen coincidir: cambiar el mundo. Según el Informe Global sobre Emprendimiento el 39% de los emprendedores de éxito (frente al 10% de hace 2 años) considera que el impacto positivo de su actividad es un factor fundamental para conseguirlo. Es más, no son solo las personas que emprenden las que lo buscan, la inversión de impacto (aquella que invierte en proyectos de impacto positivo) ha crecido un 20% respecto a 2016, suponiendo más de $22 billones dedicados a generar cambio social. Esto supone un claro avance en el tradicional trade-off de generar beneficios a costa de la sociedad o el medio ambiente.
En España aún vemos desde la distancia esta tendencia global. Estamos entre los últimos puestos en el monitor global de emprendimiento (GEM) tanto en espíritu emprendedor como en intención de emprender. Sin embargo, nuestros retos para llegar a ser un país emprendedor son conocidos y por tanto superables: promover la cultura emprendedora, trabajar la innovación desde la educación, fomentar la formación específica, generar un ecosistema sólido, impulsar políticas públicas específicas y garantizar un marco regulatorio que atraiga inversión y genere actividad económica son algunos de los principales elementos a trabajar.
Si además somos capaces de canalizar este fomento del emprendimiento hacia el emprendimiento social, podremos inspirar y empoderar a las personas para combatir desde la innovación y las alianzas los grandes retos a los que nos enfrentamos como sociedad. Debemos ser capaces de ver el potencial de impacto positivo que tiene el emprendimiento social y aprovechar la inquietud de toda esta generación, sea cual sea su edad, que quiere cambiar el mundo.