Sigue estando muy arraigada la cultura de la presencia, de horarios interminables bajo la atenta mirada del jefe, donde lo que importa es permanecer en el lugar de trabajo un número estipulado de horas y no la calidad de ese trabajo. Este ‘presentismo’ tiene un doble impacto negativo: para las empresas, una baja productividad, dado que los empleados, al tener que estar las mismas horas lo hagan bien o mal, tenderán a ir a mínimos; para los trabajadores, unas enormes dificultades para conciliar su vida laboral con la privada, una frustrante sensación de no poder con todo, una merma en su calidad de vida, etc. (…)
Han de entender que los jóvenes no quieren tanto un sueldo elevado como un ambiente agradable de trabajo y una mayor flexibilidad de horarios. Por lo tanto, cambiemos el hábito de ‘calentar la silla’ por la cultura de la productividad y la conciliación, y a todos nos irá mejor.
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