A esta definición se añade, a veces, un criterio fármaco- económico, basado en la relación entre los costes y efectos de dos o más intervenciones. Sin embargo, aunque esas concepciones tienen gran validez, el concepto de uso racional del medicamento puede incluir, de forma razonada, otros argumentos basados en la comodidad y la efectividad del tratamiento.
Este tipo de argumentaciones deberían ser escuchadas y tomadas en cuenta como parte del proceso deliberativo entre los diferentes agentes sanitarios o stakeholders al valorar el beneficio producido por un medicamento y el carácter innovador del mismo. De hecho, el concepto de innovación, al igual que el de valor terapéutico, resulta de una construcción social que incluye elementos objetivos o mesurables y subjetivos o perceptibles.
En los últimos años la innovación se ha hecho evidente con la introducción de nuevos fármacos para el tratamiento de la leucemia mieloide crónica, el mieloma, el cáncer de mama, la diabetes, el asma o la enfermedad bipolar. Todas estas innovaciones surgen de un proceso arriesgado y laborioso que conlleva muchos años de esfuerzo, que son los que incluyen el período comprendido desde que se tiene una idea hasta que ésta se convierte en una aplicación clínica beneficiosa para el paciente.(…)
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