Han pasado ya unos días desde la Cimera de Río+20, la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible. Seguramente, la imagen que se muestra sobre los resultados será de insatisfacción o directamente de fracaso. Una reunión más, dirán algunos, que solo habrá servido para contemplar un desfile más de presidentes y jefes de Estado, con algunas ausencias significativas, muchos discursos, pero al final pocos compromisos y poco ambiciosos.
Verdaderamente, esta visión forma parte de la realidad, pero no es toda la realidad. Los cambios que han tenido lugar en muchos momentos de la historia no se han producido porque así se acordara en alguna reunión. Más bien, las razones de estos cambios se tienen que buscar en los cambios individuales o de colectivos, al principio minoritarios, pero que con el paso del tiempo se han formado verdaderos esfuerzos que han transformado las sociedades.
Sería muy deseable que los gobiernos de todos los países se pusieran de acuerdo y actuaran de manera conjunta para hacer frente a los grandes retos que la humanidad tienen delante suyo. Pero si eso no sucede, no podemos permitir que se convierta en una escusa para la no acción. No podemos menospreciar nuestra propia capacidad para transformar la realidad actual y más próxima.
Recientemente, en el marco de la conferencia inaugural de la jornada en la que se presentaba el documento base de la Estrategia Catalana De Adaptación al Cambio Climático (ESCACC), Norbert Bilbeny, catedrático de ética de la Universidad de Barcelona, hacía referencia a tres actitudes que explican, en gran parte, la situación de crisis económica, social y ambiental en la que nos encontramos actualmente. Bilbeny hablaba del legalismo moral, es decir, delegar la responsabilidad en los otros, y de la cultura de la excusa, siempre hay una buena razón para no hacer eso que sabemos que es necesario que se haga, especialmente cuando requiere esfuerzo.
No resultaría difícil encontrar ejemplos de este tipo de comportamientos en los diferentes ámbitos de nuestra sociedad y especialmente en el ámbito de la lucha contra el cambio climático donde su naturaleza global y la percepción de ser algo que tiene que suceder en el futuro facilita una actitud de cierta inhibición. Pero el cambio climático es una realidad del presente, con efectos observados ya en Cataluña y que pueden encontrar descritos en l’ESCACC, entre otros documentos.
Tenemos que ser conscientes que nada es gratuito, aunque lo parezca. Es más, después del tiempo trascurrido, tenemos que desconfiar de lo que se nos presente de forma gratuita, sin ningún coste. Es muy posible que oculte un valor tan grande que en caso que se malogre no lo podremos pagar. La destrucción de los ecosistemas i la alteración de patrones del clima o la perdida de la biodiversidad son claros ejemplos.
Por lo tanto, todos tenemos que asumir nuestra parte de responsabilidad y entre el conjunto de actores, los gobiernos de regiones como Catalunya, tienen un papel destacado. De hecho, uno de los elementos positivos que podemos encontrar en el documento final de la Cimera de Rio ‘The future we want’ es justamente el reconocimiento que hacen en mucho de los párrafos del documento que los gobiernos regionales (subnations) están desarrollando la transformación de la sociedad hacia modelos de desarrollo menos intensivos en el uso de recursos.
Catalunya lo está haciendo. Muestra de eso es el Plan de Energía y el Cambio Climático, la Estrategia Catalana de adaptación al Cambio Climático, el desarrollo de un Plan de Economía Verde, el Programa de acuerdos voluntarios para la reducción de emisiones de GEH que en dos años ya tiene 64 organizaciones adheridas o también la recién anunciada intención del gobierno de desarrollar una ley sobre el cambio climático.
Las empresas también son agentes importantes en este proceso. En varias ocasiones he escuchado declarar que actualmente el mayor agente de transformación social es la empresa. Entiendo que esta declaración tiene su base en el hecho de que la globalización es un fenómeno en el que las empresas han entrado de lleno, mientras que los otros agentes de transformación social tradicional, básicamente representados por los poderes de los estados nacidos en el siglo XIX, ni de buen trecho se han adaptado a esta nueva situación. Si asumimos esta máxima como cierta, esto pone encima de las espaldas de las empresas una enorme carga, y según cuál sea el resultado de esta transformación social, nos darán una idea de cuáles son los valores asociados al mundo empresarial y económico.
La empresa tiene que ser capaz de generar relaciones positivas entre las personas y su entorno. El balance económico no es suficiente para coger el valor que aporta una empresa u organización. De hecho, en los momentos de crisis actual, que abarca el ámbito social, económico y político y que, en el fondo, esconde una crisis de valores, es cuando más importante tienen que ser los proyectos de Responsabilidad Social en el marco de las organizaciones, entendida des del centro neurálgico de la actividad de la empresa y no como un simple artificio retórico.
¿Cuáles son los valores que desprende mi organización? ¿Qué consideración merecen las personas: son consumidores o ciudadanos? ¿Cuál es mi responsabilidad en prever los usos indebidos que puede hacer mi cliente por desconocimiento? Las administraciones, las empresas tenemos una responsabilidad. Si los que tienen que dar ejemple realmente lo dan se facilitará el aprendizaje de lo que es socialmente conveniente y estaremos en mejores condiciones para enfrontarnos, como colectivo, a los grandes retos actuales.