Permítanme que desde la humildad y ¿por qué no reconocerlo?, desde el respeto que me produce dirigirme a este foro para hablar nada más y nada menos que de la responsabilidad social de la empresa, enfoque el asunto en lo que a mí me corresponde como empleada de los ciudadanos, es decir, como dirigente política de una formación como el PP vasco en el contexto de Euskadi, de la realidad que veo y observo.
Es decir, ¿qué estoy dispuesta yo a hacer, en qué estamos dispuestos a contribuir desde la política para hacer sostenible el desarrollo y el bienestar social en un panorama tan cambiante, tan diferente al de hace tan sólo una década? Hace algún tiempo, tampoco tanto, asumí algo que se ha instalado entre nosotros y se va a quedar para siempre: la incertidumbre. Y que en este contexto, vamos a tener que tirar con todos nuestros recursos para navegar por este río revuelto, plagado de incertidumbres…pero también de oportunidades… Es el mundo que nos toca vivir.
La fuerza de una sociedad, su principal riqueza, somos todos nosotros, las personas que formamos esta sociedad. Esta afirmación no es algo nuevo, pero sí es algo que, más allá de las palabras, ignoramos con frecuencia. Primero nosotros, los políticos. Y es que, tenemos que reconocerlo, muchas veces hablamos de la sociedad y de su futuro como algo de nuestra exclusiva competencia. Una tarea para la que hemos sido elegidos por los ciudadanos, confianza de la que somos depositarios, y nos creemos con la capacidad de conducir su futuro de acuerdo a nuestros principios y convicciones políticas.
Lo bueno de esta crisis es que nos ha demostrado, de la forma más cruda, que la construcción de un futuro mejor es una tarea en la que debemos implicarnos todos: los partidos políticos e instituciones públicas, las empresas e instituciones privadas, los ciudadanos.
Yo creo firmemente que no podemos dejar solas a nuestras empresas en la tarea de la competitividad, que las empresas competitivas nacen en sociedades competitivas y que para ello tenemos que serlo en los tres niveles: el de las empresas privadas, pero también en el de las instituciones públicas y en el de las organizaciones sociales.
Y lo que es más importante, debemos centrar nuestros esfuerzos para integrar estos tres niveles de acción social y enfocarlos al logro de las aspiraciones, los sueños, la visión de nuestros ciudadanos. Una sociedad es cada vez más una comunidad que se basa en la confianza y en la colaboración. Ésta es la tarea básica de un político: escuchar, atender, conectar, fomentar esa suma de talento y de energía que pone a un país en movimiento y que le permite alcanzar los mayores niveles de desarrollo y bienestar para las personas. Y también como políticos tenemos que reconocer que los ciudadanos van por delante. Entender que la sociedad es de todos y que nosotros somos unos servidores públicos, es esencial. Y en esta tarea política, tenemos que integrar esfuerzos, fomentar la colaboración pública y privada.
En la década de los noventa la responsabilidad social de las empresas pasó a formar parte de su identidad, a ser una parte integral de su estrategia corporativa. Podemos decir que las empresas, que son el resultado de la iniciativa de las personas, son también ciudadanas de nuestra sociedad. Y que esa responsabilidad que parte con frecuencia de la sensibilidad de sus accionistas y directivos, se extiende a todos los que trabajan en ella.
Las empresas privadas también son sociedades, en su significado social más auténtico: grupos de personas que se esfuerzan por el logro de un objetivo común, y desarrollan su actividad bajo la mirada y supervisión de la opinión pública. Su responsabilidad cada vez es mayor.
La sociedad hoy le exige que además de generar riqueza lo hagan comprometiéndose con las sociedades en las que actúan y respetando el medio ambiente. La empresa innovadora de esta era global tiene que ser una empresa sostenible que sepa adaptarse a las exigencias de un mercado en continuo cambio.
Las nuevas reglas de conducta corporativa nos hablan de legitimidad y de relaciones con el entorno social, de gobierno corporativo, de equidad y diversidad, de cuidado y conservación del medio ambiente, de la necesidad de un nuevo contrato de empleo, de mejorar el comportamiento ético, de compromiso con la sociedad redefiniendo las relaciones público – privadas.
Y es en esta tarea, de progreso social en el que confluyen los tres niveles de los que hablaba al principio: politico-institucional, empresas sociales y organizaciones sociales; debemos colaborar, comprometernos y rendir cuentas a la sociedad, a los ciudadanos, que en definitiva son a los que unos y otros nos debemos. Todo esto hoy cobra especial relevancia, pero no podemos obviar que la historia del País vasco está llena de ejemplos de colaboración público – privada. Los podemos encontrar prácticamente en cada pueblo, en el origen de instituciones que nacieron del esfuerzo y la inquietud de unos pocos ciudadanos y que recibieron el apoyo de empresas privadas e instituciones públicas.
Fue nuestro camino de superación de la crisis de la Industria pesada que con tanta dureza nos golpeo en la no muy lejana década de los ochenta. Sus resultados los vemos hoy, por ejemplo, aquí mismo, en Bilbao. Villa que fue escenario del compromiso de todas las administraciones (Ayuntamiento, Diputación y Gobiernos Vasco y de España), del compromiso de las empresas y del de los ciudadanos.