Todos los agentes implicados (Administración, profesionales y ciudadanos) deben aportar para mantener y consolidar el sistema sanitario de calidad, universal y gratuito (con algunos matices) que tenemos actualmente.
Las autoridades sanitarias son las responsables de poner en marcha las medidas legislativas y organizativas que permitan alcanzar los objetivos señalados. Para ello, deben mantener un adecuado número de profesionales dotándoles de las herramientas necesarias para atender correctamente a todos los pacientes/usuarios, especialmente en temas de prevención evitando la aparición o el retraso de posibles patologías. Es fácil de entender que las enfermedades crónicas requieren tiempo para desarrollar las complicaciones y que su correcta atención puede impedir o minorar sus consecuencias.
El acceso a las prestaciones debe ser universal y equitativo. Tenemos una cartera de servicios común en todo el Sistema Nacional de Salud, y otra accesoria que decide cada Autonomía. No resulta entendible que los ciudadanos puedan tener más o menos prestaciones según el lugar donde residan.
En los últimos años se han producido bastantes cambios desapareciendo la gratuidad de algunos servicios (por ejemplo, el transporte sanitario no urgente) o modificación en otros (copago o desfinanciación pública de algunos medicamentos), con el consiguiente ahorro inmediato para las arcas públicas pero con el riesgo de “coste diferido” (si un paciente deja de tomar un medicamento por el coste que le supone tendrá un agravamiento de su patología, con las consiguientes repercusiones personales y asistenciales).
Se están poniendo en marcha medidas para una mejor atención a los enfermos crónicos o pluripatológicos. Las “Estrategias de Cronicidad” pretenden una atención multidisciplinar de los pacientes aumentando el protagonismo de los pacientes en el control de sus enfermedades. Hay varias formas de desarrollar estas medidas que se están aplicando ya, y que, en mi opinión, tendrán más o menos éxito según el mayor o menor grado de participación y protagonismo de la Atención Primaria, dada su cercanía al paciente, mejor conocimiento, posibilidad de una atención integral y continuada, y la eficacia reiteradamente demostrada (capacidad de resolución a menor coste).
Se verá en poco tiempo si el desarrollo de unidades “específicas” (habitualmente ubicadas en el hospital) para gestionar el tema de la “cronicidad” (que se están llevando a cabo en algunos servicios de salud) es más eficaz y eficiente que hacerlo desde los centros de salud, aunque parece poco probable.
Lo que si necesita el médico de familia es recuperar el acceso a la tecnología que más éxito le ha dado siempre: el tiempo. Sin duda, es la más barata y, por tanto, la más eficiente. Con esa herramienta puede hacer muchas cosas, pero sin ella se convertirá en el profesional desbordado y desmotivado que es ahora, atendiendo a consultas masificadas y con un escaso nivel resolutivo, sin capacidad para una formación continuada adecuada ni posibilidad alguna de llevar a cabo tareas investigadoras, absolutamente necesarias para evolucionar en el conocimiento científico de las enfermedades y manejarlas correctamente en base a la mejor evidencia disponible. Además del tiempo, el acceso a las nuevas tecnologías (diagnósticas y terapéuticas) debe realizarse en las mismas condiciones que en nivel hospitalario, ajustándose a las guías, protocolos y normas legales que se establezcan, y que deben ser iguales para todos los profesionales, independientemente del centro o Comunidad Autónoma en que desarrollen su trabajo.
Se habla y escribe mucho sobre la ‘gestión clínica’. Existe una concepción errónea que vincula gestión con ahorro. Gestionar no supone obligatoriamente ahorrar (si se puedo ahorrar, mejor, pero no que sea el ahorro el objetivo a conseguir), sino gastar mejor y que ese gasto sea eficiente, es decir, conseguir los mayores beneficios posible con el gasto realizado, lo que se entendería más como una inversión.
La Atención Primaria está lista para la autogestión, pero debe ser una apuesta real, clara, transparente y decidida desde la Administración. Y se puede gestionar la cronicidad, o incorporar nuevas actividades (cirugía menor, ecografía, telemedicina, etc.) siempre que le faciliten herramientas, algunas que suponen coste (nuevas tecnologías, fármacos) pero otras que no cuestan nada (tiempo y organización).
¿Y los pacientes y usuarios? Hay opiniones bien fundamentadas que apuntan que el envejecimiento en sí mismo no tiene por qué aumentar el gasto sanitario, dado que, si bien se vive más tiempo, la mejor atención a las enfermedades evita o disminuye sus posibles complicaciones. Otros factores no demográficos, como la frecuentación, el coste de los tratamientos o la utilización de tecnologías influyen también y, a diferencia del envejecimiento demográfico, son susceptibles de regulación y control.
Se pueden poner muchos ejemplos: la hiperfrecuentación por patologías banales, el escaso porcentaje de patologías graves en los pacientes que acuden a los servicios de urgencias, la reiteración y repetición de pruebas complementarias (analíticas, radiografías, etc.).
Algunas de ellas su pueden corregir desde la organización sanitaria. Por ejemplo, la historia clínica única y con acceso de todos los profesionales puede evitar la duplicidad de pruebas y tratamientos.
Pero, en otras, el gran margen de mejora está en el propio paciente/usuario, que debe recibir y conocer la información necesaria, tanto a nivel de prevención como de tratamiento de sus enfermedades, capacitándolo para manejar, junto a los profesionales sanitarios, los diferentes problemas de salud que pueda padecer, haciendo un uso adecuado y racional de los servicios sanitarios que permita atender mejor a quien más lo necesita. En resumen: educación para la salud, toma de decisiones compartida y mejora de la calidad, a través de la interacción entre los procesos de salud y los resultados obtenidos.
Tiempo para los profesionales y paciente informado y responsable de su salud, una receta sencilla para tiempos de crisis que puede mejorar mucho nuestro sistema sanitario.