Pero a menudo muchas de esas iniciativas encuentran su sentido y se enfocan en la búsqueda de unos efectos visibles y aparentemente buenos cuando se observan aisladamente pero carecen de un análisis de su impacto colateral y de los efectos secundarios de las medidas promovidas más allá de esos efectos directos. El mundo es complejo y cargado de interconexiones y cualquier cosa que se hace o promueve en un ámbito tiene consecuencias en otros.
Me dedico profesionalmente a la gestión y apaciguamiento de conflictos. Tiendo por ello a ver el peligro de no abordar los problemas con una visión sistémica en la que se integren tanto las medidas responsables de cambio como la comprensión y gestión de los intereses de las personas afectadas por esos cambios y los efectos en el comportamiento general del sistema socioeconómico. Si queremos ser eficaces en la promoción de actuaciones responsables y la erradicación de las que no lo son, nada es más importante, para avanzar, que conocer y comprender las realidades e intereses afectados por los cambios que se promueven. Ignóralos es agrandar la energía defensiva y confrontadora de los grupos de interés afectados, quienes, en defensa de “lo suyo”, esgrimirán (muchas veces con buen criterio) los efectos secundarios o los impactos socioeconómicos de nuevas políticas responsables. Y con ello, en lugar de remar todos juntos en algunas líneas para la defensa de nuestra sociedad, crearemos una marcada polarización de posturas muy poco constructivas.
Por ello, resulta fundamental caminar en la senda de la responsabilidad social desde una actitud rigurosa que analice el impacto de cualquier nueva política con una visión trasversal. Una mirada que contemple no solo los ámbitos en los que directamente actúa (por ejemplo el medioambiental) sino también aquellos otros que pueden verse afectados, como podrían ser el económico o el del comportamiento social pues todos ellos se encuentran necesariamente entrelazados y deben ser considerados.
Las sociedades desarrolladas están hoy saturadas de bienes materiales y cambiando permanentemente a velocidad vertiginosa. El dinero y el mundo financiero (que no se sabe exactamente quien lo encarna) tienen un enorme poder y el crecimiento se ha convertido en una necesidad casi sagrada para garantizar una mínima estabilidad social y el sostenimiento del sistema. Y ante esa necesidad de crecimiento y tanta abundancia material, me atrevo a decir que hoy, en general, el éxito de las empresas más poderosas no está en satisfacer necesidades sino más bien en crearlas para luego ofrecer la solución a ellas generando más y más dependencias, lo que, en sí mismo, resulta algo paradójico.
En ese contexto y consecuencia de ello, me preocupa la vorágine de cambio y renovación de todo continuamente. Sustituimos nuestros objetos, aparatos, enseres…. y cambiamos nuestras conductas sustituyéndolas por otras cada vez a mayor velocidad. Muchas veces, el motivo del cambio atiende a una mejora tecnológica, a una mayor funcionalidad o a un diseño más actual. Y en otras ocasiones los cambios son forzados para adaptar aparatos o comportamientos a patrones más sostenibles.
Pero muy pocas veces nos detenemos a pensar si en sí el cambio y crecimiento permanentes no serán un día lo más insostenible en un mundo que ya se nos ha quedado pequeño. Si seguimos así, tendremos algún día que cambiar el teléfono y otros aparatos cada mes (para incorporar versiones más eco eficiente, menos contaminante, más seguras….). Y ello sin reparar en cuál es el coste en términos de sostenibilidad ecológica y emocional de tales permanentes renovaciones. ¿Significan de verdad una contribución a un sistema más sostenible si se mira el “fenómeno” (el bosque) más que los hechos individuales (los árboles)? ¿Implican tantos cambios, de verdad, una mejora de nuestra calidad de vida teniendo en cuenta que nos acabamos imponiendo unas obligaciones de permanente adaptación que antes no teníamos? No hay una fácil ni única respuesta. Pero mi preocupación es que son muy escasas las miradas que analizan estos problemas con esa visión sistémica, realista y humana, observando más los fenómenos que los hechos que conforman esos fenómenos.
Sin duda, es importante incrementar la concienciación sobre la necesidad de protección simultanea de nuestra ecología y de un sistema económico que en Occidente nos ha procurado hasta la fecha alimento, techo calor, transporte…. en abundancia de forma demostradamente eficiente como para permitir extender esa riqueza más allá de las sociedades privilegiadas que hoy la disfrutamos… Unos y otros ámbitos de protección deben integrase para lograr objetivos sistémicos garantizando riqueza y medioambiente con unos niveles elevados de satisfacción “humana” y con significativa reducción de la frustración y sin sentido que en muchos ámbitos observamos. Y para ello el combustible no puede ser únicamente un crecimiento solo basado en más y más consecuciones materiales y menos a costa de un deterioro significativo de los valores en los que creemos y de la “calidad” de muchas de las actividades profesionales y laborales que desempeñamos.
Seguro que todos estamos de acuerdo en estos bienintencionados deseos de eliminar la pobreza y trabajar en conseguir un entorno socioeconómico que procure digno sentido personal a las actividades que cada uno desarrolla. Pasemos por tanto del “qué” al “como” para encontrar la forma de caminar hacia territorios de verdadero progreso humano. Y nada hay más importante para una sociedad y para los individuos que la componen que su auto conocimiento, pues solo así podremos entender las verdaderas motivaciones y resistencias que facilitan o impiden los pasos adecuados.
Soluciones no tengo, pero si el convencimiento de que necesitamos hablar más de esto para enriquecer nuestras perspectivas.