El pasado día 13 de Julio, participé en un emocionante acto organizado por mis amigos de la ONCE, la Fundación ONCE e Ilunion, en el Hotel Ilunion Confortel, en la Avenida de Pío XII de Madrid. Abrió el acto mi amiga Virginia Carcedo, gran persona, inteligente y como siempre, haciendo gala de buen humor y con un raudal de energía apabullante. Actuó de relator y presentador Alberto Duran, siempre tan agudo y certero, con ese verbo fácil y ágil, que penetra nuestro cerebro y nuestro corazón.
Se trataba de escenificar la firma de un convenio entre CEPIME y ONCE con el fin de acelerar la ya buena marcha de tantos proyectos de inserción de personas con discapacidad en el mundo de la pequeña y mediana empresa, pero mientras llegaban los autoridades, los invitados que acudimos con anterioridad participamos en un juego de gran interés, consistente en ponernos en el lugar de las personas con discapacidades físicas y sensoriales.
A mí me toco ponerme un antifaz y, con la ayuda de un bastón, intentar emular a Virginia caminando, primero, del brazo de una encantadora guía y, ya en la calle, intentarlo por mi cuenta, sin más ayuda que el bastón y las observaciones de la monitora que nos hacía notar el cambio de rugosidad del pavimento, que unas veces indicaba la existencia de un paso de peatones, y otras la existencia de una parada de autobús.
Nunca antes, a pesar de mi interés por el mundo de estas personas extraordinarias, me había percatado que estos elementos discontinuos en las aceras podían ser de tan alta utilidad a los invidentes. Caminar sin tener ni idea de donde estás y sentir los latidos de la ciudad bullendo, los motores de los vehículos rugiendo, sin poder calibrar con la vista el peligro que supone caminar por esa selva, resulta francamente acongojante y uno se da cuenta de la valía de tantas personas que, habitualmente, sin guía, se las arreglan para hacer su vida normal sin contar con el sentido de la vista. Solo con capacidades complementarias extraordinarias, pueden suplirse los sentidos de la vista o el oído, u otras discapacidades, que las personas ordinarias no valoramos pues disponemos de ellos con toda naturalidad.
Resultó una experiencia aleccionadora y estoy ansioso de participar en el programa de “Capacitados” al que me han invitado, consistente en compatibilizar un día normal de trabajo, con la simulación de una grave discapacidad como puede ser la ceguera o una paraplejia, durante 24 horas seguidas.
Llegaron las autoridades, en este caso, la ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, que desprende un delicioso y reconfortante aroma a espíritu de servicio, y el ministro de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Alfonso Alonso, a quien conocía poco pero que me causó una inmejorable impresión, por su cercanía, sencillez y capacidad de conectar con todos nosotros). Allí estaban también Antonio Garamendi, Presidente de CEPIME, simpático y natural, presumiendo (como debe ser) de su condición de empresario y también Miguel Carballeda, Presidente de La ONCE, con su discurso firme y vibrante.
No es fácil describir el clima que allí se creó, pero sí puedo decir que la comunión de emociones y sentimientos entre los representantes del Gobierno y los de las muchas instituciones que allí estábamos hacia concebir que nada se nos pondría por delante si juntos nos proponíamos desarrollar aquel proyecto.
En DKV Seguros tenemos nuestra Fundación DKV Integralia, donde cada día nos sorprendemos de la calidad del trabajo de nuestros 330 empleados, todos con alguna discapacidad y la gran mayoría con graves discapacidades físicas, que nos demuestran, no solo que son personas extraordinarias que aportan con su empatía y su espíritu de superación, un gran valor a las empresas donde están trabajando, contagiando ese espíritu a toda la organización, y haciéndola más solidaria y positiva.
Al acabar el acto, comenté a un periodista que las empresas que no contratan a estas personas extraordinarias, no saben lo que se pierden. Aunque en todos los colectivos, funciona la “campana de Gaus”, por experiencia propia, puedo asegurar que en un colectivo de personas con discapacidad la calidad media es claramente superior y que su espíritu de superación, su motivación y su implicación genera una tremenda energía emocional en toda la organización que contempla esos ejemplares comportamientos que producen un clima en la empresa, que facilita la existencia de elementos competitivos diferenciales, lo que es esencial en este mundo tan competitivo en el que vivimos.
Así, pues, animo a todos los empresarios a que se pongan las pilas y potencien su estrategia de contratación de estas personas extraordinarias, no solo para cumplir la ley (mal llamada “LISMI”) sino, para generar esa dinámica de creación de valor y mejora del espíritu positivo en todos los empleados. La Escuela DKV Integralia, especializada en seleccionar, formar y acompañar en el proceso de integración laboral de personas con discapacidad está a disposición de aquellas empresas inteligentes y sensibles que quieran incorporar todas estas ventajas a su entorno laboral. Nosotros nos ocupamos de ayudarles a que sean mejores para que, entre todos, construyamos un mundo mejor.