Si analizamos algunas noticias publicadas en los últimos años en medios de comunicación de diversos países, podemos identificar algunos avances interesantes en la incorporación de los derechos humanos a la gestión de la empresa: las tres mayores cadenas de supermercados de Brasil, Carrefour, Wal-Mart y Pan de Azúcar deciden suspender sus compras a la industria agropecuaria vinculada a la deforestación ilegal del Amazonas; el Senado de EE.UU tramita una ley destinada a evitar que el comercio de minerales procedente de la RD Congo financie a grupos armados en este país; el sector textil español impulsa la certificación de la etiqueta “Made in Green” entre sus empresas como garantía de respeto al medio ambiente y a los derechos laborales; la Cámara de Diputados de Chile aprueba por unanimidad una ley que establece expresamente el derecho a la igualdad de remuneraciones entre hombres y mujeres; una campaña, que cuenta con el apoyo de las principales entidades dedicadas a la gestión de fondos de inversión del mundo, luchará contra el trabajo forzado en Brasil; 80.000 clientes del Co-Operative Bank definen la nueva política de RSE de la entidad financiera británica; el fondo público de pensiones de Noruega se desprende de las acciones de la minera canadiense Barrick Gold, por causar serios daños medio ambientales en Papua Nueva Guinea, y de las de la estadounidense Textron por fabricar bombas de racimo; elPacto Mundial de Naciones Unidas y la Corporación Financiera Internacional instan al sector financiero a incorporar criterios de sostenibilidad en las decisiones de inversión; en las juntas de accionistas se votan, con mayor o menor éxito, propuestas de ONG relativas a políticas y estrategias de derechos humanos, pueblos indígenas y medio ambiente.
A pesar de ello, queda lo más importante por hacer: pasar de una película de Bergman a una de James Bond, es decir, ¡pasar a la acción!
En términos generales, las empresas que se han visto involucradas en algún escándalo en la última década son las que se encuentran más avanzadas actualmente. Esto significa que determinados sectores han desarrollado sistemas de gestión mientras que otros se encuentran en un estadio mucho menos maduro de comprensión de los retos y de orientación hacia la puesta en práctica de medidas preventivas y correctivas. Rana Plaza es un ejemplo de ello.
Hoy en día es, sin embargo, imposible plantearse una política de RSE válida sin tener en cuenta los derechos humanos. Éstos no son algo ajeno a la empresa, sino que tienen que ver con las obligaciones jurídicas y el compromiso ético que todos los agentes, políticos, sociales y económicos, tienen con determinados valores universales en el desarrollo cotidiano de sus actividades.
Pasar por alto esta cuestión constituye una grave negligencia en la excelencia ética de las organizaciones, además de un importante riesgo reputacional. Los consumidores, la opinión pública en general, las administraciones y los índices bursátiles de sostenibilidad reclaman cada vez más a la empresa que construya su legitimidad, identidad y responsabilidad sobre la base del respeto a los estándares internacionales de derechos humanos, sobre todo en lo que a sus operaciones en el exterior se refiere, cuando las legislaciones laborales o medio ambientales no son a menudo tan restrictivas. Hoy, pues, se exige a la empresa que persiga el máximo beneficio de manera “legítima”, sin transgredir unos determinados valores en el desarrollo de sus actividades.
Integrar los derechos humanos en el negocio no es algo externo, ni consiste en crear un nuevo departamento aislado en el seno de la empresa, sino que se trata de considerar a los derechos humanos en la toma de decisiones, incorporándolos a la gestión de los procesos y contenidos empresariales diarios, no sólo en la empresa madre y filiales, sino también influyendo para que esto sea así en la cadena de valor. En este sentido, la política de derechos humanos puede, y debe, tener cabida en todas las empresas sean éstas grandes o pymes.
Únicamente aquellas empresas que trabajen con valores y derechos humanos reconocidos universalmente tendrán éxito a largo plazo. Para ello es necesario actuar de manera prioritaria en dos ámbitos. El primero es poner la innovación al servicio de los derechos humanos, en lo que respecta a procesos, contenidos y relaciones de la empresa con sus stakeholders. El segundo es incorporar los derechos humanos a la toma de decisiones como un elemento más de la gestión empresarial. El secreto para todo ello es empezar y aprender haciendo camino.