La inteligencia artificial generativa se presenta como una de las fuerzas más transformadoras de nuestro tiempo, poniendo al acceso de todos, una herramienta de enorme potencial para mejorar la productividad y el impacto de nuestra actividad como seres humanos.
Con la IA la inteligencia se democratiza, pero de una manera mucho más acelerada al que lo han hecho otros cambios disruptivos como la imprenta, el automóvil o internet. Sólo hay que analizar cómo se desarrolló la democratización del automóvil en 1903 con la producción en cadena en Detroit, y su adopción de manera masiva en todo el mundo. El automóvil ha transformado la movilidad, cambiado nuestra configuración social y cultural. Sin embargo, la evolución para mejorar aspectos como la contaminación o la siniestralidad ha sido lenta y la humanidad se fue adaptado poco a poco: En 1914 apareció el primer semáforo, en 1935 el primer examen de conducir obligatorio, y en 1968 la primera convención mundial para establecer señales de tráfico. Por eso, dada la enorme velocidad de implantación de la IA, tenemos que aprender de nuestra historia, y agilizar el desarrollo de marcos éticos y legales claros que guíen la innovación responsable de la IA. No debemos temer a la inteligencia artificial en sí misma, sino a su posible mal uso por parte de personas o entidades con intenciones poco éticas.
El filósofo José Antonio Marina nos ofrece una perspectiva valiosa sobre la relación entre la inteligencia artificial y la humana en nuestro último episodio de máshumano TV&Podcast. Marina distingue entre la inteligencia generadora, que es la capacidad de recibir y procesar información automáticamente, y la inteligencia ejecutiva, que es la capacidad de evaluar y tomar decisiones informadas. La IA, en su forma actual, puede utilizar datos e información, pero carece de la capacidad de juicio moral y crítico que posee la inteligencia humana. Por tanto, es esencial que el resultado de los procesos de IA sea siempre revisado y aprobado por las personas.
El pensamiento crítico, una habilidad genuinamente humana, implica la capacidad de razonar, analizar de manera lógica, evaluar argumentos y resolver problemas de manera creativa. A medida que las máquinas se vuelven más capaces de realizar tareas complejas, surge la pregunta de si la IA podría eclipsar nuestra capacidad para pensar de manera crítica y autónoma.
Por ello la educación juega un papel crucial en el fomento del pensamiento crítico en nuestra sociedad. Las instituciones educativas deben enfocarse no solo en la formación técnica, sino también en el desarrollo de habilidades críticas y éticas. También las empresas, las instituciones públicas y privadas, y todo tipo de organizaciones deben apoyar y fomentar que las personas que desempeñan su actividad profesional con ellos se formen en la toma decisiones basadas en evidencia y valores, y que desarrollen la capacidad de resolver problemas de manera ética, autónoma y responsable.
Mientras navegamos por el paisaje en constante cambio de los efectos de la democratización de la inteligencia, debemos recordar que la tecnología es una herramienta que debe ser utilizada con responsabilidad para que esté al servicio de las personas. La inteligencia artificial puede ser un aliado como nunca lo hemos tenido en la mejora de nuestras vidas, y para amplificar nuestras capacidades, siempre y cuando permanezcamos vigilantes y comprometidos con los principios de justicia, privacidad, cuidado y control humano. La clave está en equilibrar la innovación tecnológica con el desarrollo de nuestras capacidades más profundas y genuinamente humanas, asegurando así un futuro donde la IA sirva para democratizar la inteligencia y tener un mundo más humano.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: Por una IA Responsable, junto a Esade y Fundación SERES