Han transcurrido dos largas décadas desde que la cultura de la responsabilidad social (RSE) llegara a nuestro país de la mano de unos cuantos aventureros ideológicos y ejecutivos vanguardistas. Esther Trujillo está entre estos últimos y me enorgullece prologar su libro en esta segunda edición —como lo hice en la primera— y recordar que aquella extraña combinación de algunos políticos de la época —muy pocos, esa es la verdad— con algunos responsables de reputación corporativa de grandes empresas, construyó un embrión que hizo camino.
Los comienzos de este movimiento nos remontan a una subcomisión parlamentaria que creamos en el Congreso de los Diputados a raíz de una proposición de ley que presenté en 2002, sucesiva al Libro Verde de la Unión Europea de 2001 y que pretendía regular la responsabilidad social empresarial en nuestro país. Había mucho de ingenuidad en aquella pretensión, pero la subcomisión parlamentaria acabó aprobando un informe con más de cincuenta medidas para fomentar esa cultura empresarial. Recuerdo muy bien que algunos empresarios eran muy reticentes a la mayoría de ellas.
Sin embargo, la primera década de este siglo fue muy fructífera en el desarrollo de múltiples iniciativas que fueron configurando una amplia cultura de la responsabilidad social empresarial en nuestro país. Prácticas de las empresas estimables, cursos formativos, publicaciones, seminarios, debates… colocaron a España entre los países más concienciados con estas exigencias. Este libro corresponde a esa etapa y Esther elaboró un método de aproximación al tema, divertido y original, al ofrecernos un panorama muy práctico de las dificultades que hay que superar para implantar, en una empresa, una estrategia integral de responsabilidad social, basada en el diálogo previo con los grupos de interés de las compañías.
Mi aproximación a este tema era más ideológica. Siempre pensé que la empresa debía formar parte de un proyecto reformista que integre múltiples esfuerzos en favor de la justicia social y la igualdad de los seres humanos. Aceptar el mercado y desconocer a la empresa o despreciar su influencia, es absurdo. La empresa crea sociedad e impacta de múltiples maneras en nuestros entornos físicos y humanos. Las crecientes relaciones entre empresa y sociedad favorecen esta cultura que ofrecía a la empresa una vía de legitimación y de prestigio social, o de reputación corporativa, a cambio de su excelencia en las relaciones con la ciudadanía y con los consumidores.
Sabíamos que la base filosófica de la propuesta era correcta, pero desconocíamos el alcance de su desarrollo. Sabíamos que fuerzas conservadoras, tanto en el mundo empresarial como en otras instancias (administrativas, mediáticas, sindicales, etc.) frenarían o despreciarían el movimiento.
Conocíamos las dificultades de trasladar a resultados los esfuerzos responsables de las compañías. Éramos conscientes de la confusión conceptual para el gran público de este nuevo tema. Pronto descubrimos la complejidad del escrutinio, en función de la naturaleza sectorial de las compañías, lo que hacía muy difícil el estímulo de las prácticas responsables, o la penalización de las que no lo eran. Nos sorprendió la debilidad de la reacción en el consumo a las prácticas responsables.
En fin, pasados unos años, nos planteamos la necesidad de superar el tótem de la voluntariedad que, en la práctica, constituía un límite insuperable a la generalización y a la expansión del concepto y establecía reglas injustas a la competencia igual entre las empresas.
Las demandas de nuevas regulaciones legales surgieron con fuerza de estas experiencias. A ello ayudó la crisis económica de 2008-2014. Fue como un paréntesis que desnudó muchos de estos puntos débiles del proyecto.
La ola regulatoria se inició con la directiva sobre información no financiera de 2014 por parte de la Unión Europea. Más tarde llegaron múltiples normas europeas en materia de medioambiente, como consecuencia del liderazgo europeo en la lucha contra el cambio climático.
La transformación de la denominación de la RSE en sostenibilidad se produjo, en gran parte, por esta circunstancia y por la creciente demanda de transparencia en la gobernanza de las compañías cotizadas. De la vieja RSE pasamos así a la sostenibilidad y a los criterios ESG (environmental, social and governance), en la que se encuentra hoy la rendición de cuentas informativa de las empresas.
La pretensión regulatoria europea se encuentra en una encrucijada
El proyecto de directiva sobre la diligencia debida, pretende extender a las grandes empresas europeas, la obligación de asegurar el cumplimiento de los derechos humanos, de las normas de la Organización Internacional del Trabajo y de los amplios acuerdos internacionales en materia de medioambiente, así como las exigentes normativas europeas en esa misma materia, a toda la cadena de proveedores y de subcontratación, en cualquier lugar del mundo.
Esta ambiciosa norma es un paso gigantesco en la búsqueda de la excelencia sostenible de las empresas. Personalmente me parece fantástico el objetivo, aunque reconozco las dificultades que entraña su aplicación y las resistencias del mundo empresarial europeo ante una desventaja competitiva con otras empresas del mundo. De hecho, el acuerdo que fue alcanzado en diciembre de 2023 en el Parlamento Europeo con la Comisión y el Consejo, no ha sido ratificado por este, ante las reticencias empresariales de las grandes empresas, alemanas especialmente, que han llevado a ese país y a otros a vetar su aprobación en el seno del consejo.
Con todo, con leyes o sin ellas, seguirán siendo necesarios los Amaros de este libro, los ejecutivos concienciados, los consejos de administración inteligentes y previsores, los directivos capaces de predicar, explicar e imponer prácticas sostenibles en sus empresas y en sus cadenas de contratación. La diligencia debida llegará, más tarde o más temprano y la larga lucha por la sostenibilidad y la excelencia empresarial, con sus impactos sociales y medioambientales, se irá instalando y conquistando nuevas metas.
Es un signo de los tiempos y de la conciencia social sobre el significado de la empresa. Algunos llaman a esto capitalismo sostenible. Yo no sería tan pretencioso. Me basta con que lo sean las empresas y generen así espacios humanos dignos e impactos sostenibles en un mundo mejor.
Accede a más información responsable en nuestra biblioteca digital de publicaciones Corresponsables.