Los trabajadores humanitarios cuentan historias conmovedoras de esperanza y resiliencia, pero también de los obstáculos a los que se tienen que enfrentar para llegar a las personas más vulnerables en los contextos más difíciles.
Estas circunstancias son a menudo desconocidas en los entornos más favorecidos donde no se es consciente de cómo millones de personas en todo el mundo se enfrentan actualmente al hambre extrema. Estas son solo algunas de esas historias y reflexiones de trabajadores humanitarios, expertos en el campo:
1- El mundo necesita ENFADARSE antes de que esta crisis pueda resolverse
Cada día mueren más de 10.000 niños y niñas porque no pueden conseguir alimentos. “Es la peor forma de sufrimiento humano. Cuando el hambre se vuelve extrema, los niños y niñas sufren una muerte lenta y dolorosa a causa de infecciones que hacen estragos en sus debilitados cuerpos. Los niños que mueren de hambre están demasiado débiles para llorar. Pero lo peor es que el mundo parece sordo a su difícil situación”, dice Mary Njeri, directora de Respuesta al Hambre Global de World Vision.
El número de personas al borde de la inanición casi se ha duplicado, pasando de 135 millones en 2019 a la cifra récord de 258 millones en 2023. A pesar de que se estima una cantidad anual de entre 39.000 y 50.000 millones de dólares para evitar la muerte de 3,7 millones de menores de 5 años y prevenir el retraso en el crecimiento de 65 millones de niños y niñas, desde 2015 solo se han comprometido 3.900 millones.
2- El trabajo infantil y el matrimonio están vinculados a la inseguridad alimentaria
Una crisis de hambre no solo afecta al estado físico de la infancia, amenaza su seguridad, ya que las familias se ven obligadas a tomar decisiones devastadoras para sobrevivir. La falta de alimentos provoca hambre, lo que desencadena un aumento de los matrimonios y los embarazos infantiles cuando los padres se desesperan por obtener ingresos.
El hambre obliga a los niños y niñas a mendigar en la calle, exponiéndolos a terribles peligros. El hambre saca a la infancia de la escuela y la conduce al trabajo infantil. En las situaciones más extremas, el hambre obliga a los niños a recurrir a grupos armados o bandas violentas en busca de comida, trabajo y protección, lo que les expone a sufrir violencia y daños.
3- El hambre no se produce por “falta de esfuerzo”
El cambio climático, los conflictos y las persistentes repercusiones del COVID-19 se han unido contra los más vulnerables del mundo, erosionando sus medios de subsistencia y haciendo más difícil que nunca llevar comida a la mesa.
El efecto del cambio climático tampoco puede subestimarse en muchos focos de hambre, donde el entorno se ha vuelto tan hostil que prácticamente nada puede sobrevivir.
Joseph Kamara, director regional de Asuntos Humanitarios y de Emergencia de World Vision para África Oriental, afirma que las familias campesinas de África Oriental trabajan de sol a sol, cuidando sus rebaños, sus huertos, pero la naturaleza se resiste. “No tienen ni idea de que los impactos del cambio climático a los que se enfrentan es un fenómeno global al que ellos contribuyen cero“.
4- El hambre está provocando una generación de niños y niñas con problemas de desarrollo a largo plazo
Una alimentación nutritiva es fundamental, especialmente para las mujeres embarazadas. Pero muchas mujeres vulnerables de comunidades frágiles no reciben la nutrición que necesitan para que el bebé nazca a término o para darle lo que necesita durante los primeros 1.000 días de vida, en los que el desarrollo cerebral y el aprendizaje son cruciales. Esto, a su vez, afecta al potencial de ingresos del niño o niña a largo plazo y plantea un problema particular en las regiones de Asia y el Pacífico, donde hay países con poblaciones envejecidas.
Esto acabará afectando a la productividad económica, y el ciclo de la pobreza continuará.
5- La crisis del hambre ha empeorado
El cambio climático ha hecho estragos, con tierras resecas por la sequía o empapadas por las inundaciones, dejando a la gente luchando por producir alimentos suficientes para simplemente subsistir.
Además, en los últimos años, los cultivos que crecían eran arrasados por nubes de langostas en África oriental. Entonces, el COVID-19 llegó como un tsunami, aplastando vidas y medios de subsistencia. Cuando la pandemia se desvaneció, la guerra de Ucrania sacudió Oriente Medio y África con la escasez de trigo y fertilizantes, lo que disparó los precios de los alimentos. Luego vino la inflación galopante, que hizo subir los precios de los productos de primera necesidad.
Hasta 783 millones de personas se acuestan con hambre y casi un tercio, 2.400 millones de niñas, niños, mujeres y hombres, no tienen suficientes alimentos para comer.
6- El hambre no sólo afecta a África y Oriente Medio
Las regiones de Asia y el Pacífico también se han visto afectadas por la crisis del hambre, pero recibe menos atención mediática porque se considera más bien una crisis de combustión lenta. Desde la COVID-19, millones de personas de países de Asia oriental y meridional y del Pacífico han vuelto a caer en la pobreza, con unos 185 millones de personas que viven con menos de 2,15 dólares al día.
Asia alberga a la mayoría de las personas que padecen hambre: 402 millones, el 55% del número mundial de personas desnutridas, mientras que los niños y niñas de muchos países sufren retraso del crecimiento y emaciación, las formas más graves de malnutrición.
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