Seguro que más de una vez has pensado que la sostenibilidad es algo de todos. Claro que sí. Sin embargo, en el momento de tomar acción, siempre decimos que es el otro el que debe ser el protagonista del cambio. Es curioso que todos queremos tener una cuota en los méritos, pero cuando se trata de arrimar el hombro, preferimos lanzar la pelota sobre el tejado ajeno. Claro que hay mucha gente comprometida y eso nos alegra. Movimientos como BCorp aglutinan gente de diez, algunos muy entregados a la causa y tirando fuerte del carro. No obstante, observamos que el público en general todavía no confía del todo en las iniciativas que toman las empresas y no hemos llegado a la masa crítica necesaria para darle la vuelta a la tortilla.
El greenwashing ha sido una de las causas por la que mucha gente no quiere comprometerse con iniciativas totalmente alentadoras. Me comentaba el otro día una consultora experta en sostenibilidad, también formadora, que a la hora de hacer eventos acude relativamente poca gente con respecto a lo deseable, y cuando eso debe recogerse en las memorias de sostenibilidad, la tentación de inflar la cifra es enorme, no solo porque los números nos hablan de lo bien que lo hacemos, sino porque así podemos decir que cumplimos ampliamente con lo que la ley exige en relación al tema.
La sostenibilidad es un agujero negro por donde se vacían los deseos de tener más y más. Y ese es el meollo. Hasta que la ciudadanía: clientes y trabajadores, no den un paso decidido hacia adelante, la empresa verá que no hay un gran rédito por ser sostenibles de verdad, sino que supone un sacrificio que apenas compensa, salvo el mero cumplimiento de la ley.
¿Cómo convencernos de que estamos en un punto sin retorno?. Lo hacemos ahora o nunca. Y esa es la cuestión. Podemos hacerlo voluntariamente y llegar a tiempo, o ser exigidos por la ley, despotricar lo peor por ser obligados a hacerlo, y luego cumplir mediocremente para evitar multas. Y mientras decimos: “nos quitan libertad, nos controlan, nos quieren manipular, no es rentable”. La realidad es que nadie manipula, sino que simplemente, la urgencia del cambio es tal, que solo nos queda dar el paso de exigir que colabores o todos perderemos. El cambio es una necesidad.
¿Qué podemos hacer?, primero, ser ejemplo de lo que hace falta hacer, creerme las cosas, no porque las diga nadie, sino porque las investigo. Por ejemplo, soy facilitadora del Mural del Clima, una iniciativa francesa presente ya en 165 países con más de 1,7 millones de personas que ya han participado en la experiencia y que han tomado conciencia en algún grado de la magnitud de la situación. Allí todo lo que se dice sobre el cambio climático se basa en los datos del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) que está conformado por científicos de 90 países. Si no nos fiamos de los científicos, ya no podemos fiarnos de nadie. Pero sí, tenemos que caer en la cuenta de que el cambio llama a la puerta o no habrá salida.
En fin, es imprescindible dar un paso hacia la acción, hacia el compromiso con mi planeta: la Tierra. Tenemos que dejar de echar la pelota fuera y darnos cuenta cómo puedo yo apoyar la sostenibilidad. Nuestro modelo de vida hace 50 años era más sostenible que ahora. Quizás haya que aprender de lo que hacían nuestros abuelos, o quizás tengamos que renunciar a las comodidades de la vida moderna. Sea como sea, el cambio se abre con fuerza y el protagonista eres tú.
Accede a más información responsable en nuestra biblioteca digital de publicaciones Corresponsables