En ocasiones, la velocidad con la que se mueve el mundo da vértigo. Los cambios son cada vez más disruptivos y no siempre tenemos tiempo de asimilarlos. Las crisis de los últimos años (el colapso financiero de 2008, la irrupción de la COVID en 2019, y el disparo de la inflación en 2022) nos han obligado a reaccionar más rápido y con mayor eficiencia ante una realidad inestable.
Una realidad que, además, se ve sacudida diariamente por los efectos devastadores que provocan catástrofes climáticas como las sequías, los terremotos, las erupciones volcánicas, las DANAS y los ciclones, y un largo etcétera.
Es evidente que se han abierto nuevas grietas y se han incrementado las desigualdades. Sin embargo, este contexto de incertidumbre nos brinda la oportunidad de potenciar nuestro lado más solidario y creativo. No sólo para promover un cambio de paradigma en el modelo de producción y de consumo, sino también para buscar nuevas soluciones que ayuden a quienes más lo necesitan.
La relación entre el crecimiento económico, el impacto medioambiental y el desarrollo social es uno de los mayores retos de nuestro tiempo. El cambio climático, la pérdida de la biodiversidad o la pobreza son problemas que tenemos que combatir para lograr un desarrollo sostenible. En este camino, desafiante y esperanzador al mismo tiempo, la economía circular nos sirve de guía para crear un mundo más justo, que proteja el medioambiente y que luche contra la desigualdad social.
La eficiencia en el uso de los recursos y una mayor conciencia ambiental son claves para reducir nuestro impacto en los ecosistemas naturales. Pero la idea misma de circularidad integra también un concepto de cooperación y de protección de quienes formamos parte del sistema.
Sin la naturaleza, que nos provee de lo necesario para vivir, no existiríamos. Pero tampoco “existimos del todo” si repetimos modelos y patrones que dejan gente fuera. Que niegan oportunidades para el desarrollo personal y para ocupar un lugar en la sociedad. Proteger y cuidar son ideas que se asocian a la economía circular, porque de esto se trata, de preservar lo que tenemos y de trabajar por la integración.
Aquí es donde nos enfrentamos a importantes desafíos de carácter global que sufren millones de personas: inseguridad alimentaria y nutricional, ausencia de derechos básicos como la vivienda, la sanidad y la educación, carencia de recursos naturales, falta de oportunidades económicas y de empleo…
En este contexto, la economía circular no solo representa una oportunidad para transformar nuestra manera de usar los recursos. También es una ocasión para crear segundas oportunidades vitales y laborales para aquellas personas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad. Y podemos hacerlo desde lo cercano. Cada uno en nuestra esfera de influencia: empresas, administraciones, ciudadanos. Desde local, para empujar lo nacional y lo global.
Las organizaciones tenemos la obligación de ofrecer alternativas a estos colectivos vulnerables, no solo como generadoras de empleo, sino también a través de opciones formativas cualificadas o programas de emprendimiento, y sectores al alza como la gestión de los residuos y el reciclaje suponen una oportunidad.
Por eso, en Ecoembes, tenemos una meta que va más allá de alcanzar la plena circularidad de los envases: poner en marcha acciones y programas que tengan un impacto social positivo. Para que la transición a una economía circular fortalezca también la cohesión social. Un empleo de ello es el proyecto “Reciclar para cambiar vidas”, cuyo objetivo es la reinserción laboral de personas en riesgo de exclusión. Para lograrlo, se les ofrece una formación especializada como operarios de residuos en las plantas de tratamiento y otro tipo de instalaciones, y la posibilidad de realizar prácticas en empresas del sector.
De esta forma, impulsamos la “inclusión verde”, una idea que combina lo social y lo ambiental de una manera lógica y fluida, integrando ambos terrenos como si fueran, en realidad, uno solo. Luchar contra la vulnerabilidad social es mucho más eficiente si lo hacemos en el entorno de la economía verde y circular. Y la economía será plenamente circular si no dejamos a nadie atrás.
Precisamente, la necesidad de que el progreso económico sea sostenible e inclusivo ha centrado la reflexión de la cumbre de la ONU sobre los ODS, celebrada la semana pasada en Nueva York. El propio secretario general, António Guterres, remarcó la urgencia de trasformar el actual sistema financiero global, que calificó de “injusto, disfuncional y obsoleto”, y recordó que este desarrollo insostenible tiene elevados costes ambientales y en vidas humanas, especialmente para los países menos desarrollados.
La Agenda 2030 es una promesa inspiradora, no una certeza. Están en juego la salud del planeta y los derechos de las personas. Tenemos que recuperar el compromiso que adquirimos hace 8 años con los ODS y llevar a cabo propuestas concretas para poner fin a la pobreza, a la desigualdad y a la injusticia. Sólo así logaremos alcanzar un verdadero desarrollo sostenible que no deje a nadie atrás.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: Economía Circular, impulsando el compromiso con la sostenibilidad.