Una querida compañera me hizo pensar en cómo nuestras ciudades son como un bosque de plantas interconectadas. A simple vista, cada planta parece crecer por sí sola, pero bajo la tierra existe una red profunda que las conecta, las nutre y les permite compartir recursos, el micelio. Y aunque no soy micóloga (persona especializada en el estudio de los hongos), es bonito pensar que nuestras ciudades funcionan de manera similar, las redes vecinales, las habilidades colectivas, los espacios compartidos son como un filamento del micelio que fortalece la salud de la ciudad, conectándonos de maneras invisibles pero poderosas, y es esa conexión la que nutre el bienestar colectivo.
En este Día Mundial de las Ciudades, es importante recordar que las ciudades no son solo edificios, carreteras y semáforos; son también las personas, los vínculos que forjan y la salud que comparten. Sin embargo, una ciudad no puede crecer de manera saludable si no cuida de su entorno y de quienes la habitan. Al igual que el micelio recicla nutrientes y mantiene el equilibrio en los ecosistemas, debemos aspirar a ciudades vivibles, poniendo la vida en el centro.
Conocer y reconocer las sombras que tenemos
En los talleres que imparto siempre cuento que hace un año, una amiga me hizo el piropo más hermoso del mundo: me dijo que yo era su sombra, ese refugio de calma y descanso que se busca tras un caluroso día. No pude evitar pensar en esa sombra como la definición perfecta de “activos de salud”, esos espacios que nos aportan bienestar y salud en nuestros barrios, tal como la sombra nos brinda frescura y tranquilidad en un caluroso día de verano. En cada ciudad hay “sombras” ocultas: lugares, personas, organizaciones y actividades que, aunque a menudo pasan desapercibidas, son esenciales.
Me gusta pensar que en muchos proyectos que llevamos a cabo desde Farmamundi pasamos de ser técnicas y técnicos a ser “guardianas y guardianes de sombras”. Con este término que parece sacado de una novela de ficción hago mención al proceso que realizamos de ayudar a las personas a identificar estos activos de salud en su entorno, esas sombras que protegen y nutren a sus comunidades, a esta identificación le llamamos “mapeo de activos de salud”. Estos activos pueden ser algo tan sencillo como un parque donde hacer deporte, o un grupo de apoyo local que ofrece herramientas para cuidar la salud mental y emocional. Al igual que un árbol generoso que extiende su sombra para ofrecer refugio, cada activo en una ciudad tiene el potencial de mejorar la calidad de vida, si sabemos reconocerlo y fortalecerlo.
Con el mapeo de estos activos, no solo hacemos visible lo que en un primer momento parece invisible (aunque siempre estuviera ahí), sino que también animamos a las comunidades para que se apropien de sus recursos, creen nuevas conexiones y encuentren en esas sombras un refugio para prosperar.
Un futuro de ciudades saludables
El ODS 11 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU nos invita a repensar cómo diseñamos nuestras ciudades para que sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles. Esto significa que todas las personas, sin importar su edad, género, etnia, religión, discapacidad o situación social y económica, deben tener las mismas oportunidades de disfrutar de la ciudad y participar en su vida.
A medida que nos adentramos en un futuro incierto, con retos como el cambio climático, la lucha por el acceso a la vivienda, la creciente gentrificación y las desigualdades sociales, es urgente que diseñemos ciudades que no solo sean habitables, sino que también sean saludables. Esto implica construir desde el cuidado mutuo, desde la escucha activa de las necesidades de todas las personas que conforman la ciudad, y desde el fortalecimiento de esos vínculos invisibles que, como el micelio, sostienen la vida desde lo profundo.
Volviendo con la metáfora inicial de mi compañera, imaginemos nuestra ciudad como un árbol grande y frondoso, parte de un bosque aún mayor. Sus raíces representan las necesidades básicas: acceso a agua potable, educación, vivienda, salud… El tronco es la infraestructura: transporte público, espacios verdes, bancos, servicios públicos, fuentes… Y las hojas, los frutos y las flores son los espacios de encuentro, la cultura, el deporte, la vida social. Para que este árbol siga creciendo y dé sombra a todos sus habitantes, es necesario cuidar todas sus partes. En cambio, un suelo contaminado hará que las raíces enfermen, las hojas se caigan y pierdan su fuerza y el árbol de menos frutos.
Este Día Mundial de las Ciudades es una oportunidad para preguntarnos: ¿qué estamos haciendo hoy para que nuestras ciudades florezcan mañana? ¿estamos cuidando todas las partes del árbol? ¿es posible un árbol sano en un bosque contaminado? ¿cómo afecta nuestro árbol al bosque? Como en el micelio, lo que hoy parece invisible es, en realidad, la base que sostendrá el bienestar de las generaciones futuras.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial de las Ciudades 2024, en colaboración con Holcim.