La Responsabilidad Social Corporativa (RSC), o ésta como parte del concepto más amplio que abarcan los criterios ESG (medioambientales, sociales y de gobernanza, por sus siglas en inglés), que intentan medir la sostenibilidad de las empresas, ha desencadenado un movimiento global donde el grado de protección medioambiental, el impacto de las acciones dirigidas a lograr una sociedad más igualitaria y los niveles de transparencia y cumplimiento legal son piedra angular en la toma de decisiones de inversores, financiadores y clientes. Ser sostenibles ya no es una elección para las empresas y organizaciones públicas y también sin ánimo de lucro, sino una necesidad imperiosa para su viabilidad.
Sin embargo, desde hace meses grandes inversores y fuerzas políticas han abierto un debate sobre su oportunidad. Black Rock, la mayor gestora de fondos del mundo que enarboló la importancia de los ESG en 2020, a través de la carta que su CEO envió a los presidentes de las empresas que participa (más de la mitad de las compañías del IBEX y por encima del 3%), ha ido reduciendo su entusiasmo hacia lo que estas siglas representan: el pasado mes de junio, el propio Larry Fink, factótum de la gestora, manifestó en el Aspen Ideas Festival, que este término se ha politizado demasiado y declaró que no volverá a utilizarlo al considerar que ha sido usado torticeramente por los extremos ideológicos.
Una sentencia que refleja el debate abierto en círculos políticos, económicos, empresariales y sociales, por voces más o menos especializadas, que incluso han llegado a apuntar la inutilidad de estos criterios para los accionistas y para añadir valor a la sociedad.
Por ello, a estas alturas del partido, cabe preguntarse si este estado de opinión pone en peligro la Agenda 2030 de la ONU y la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible o se trata de una llamada de atención frente a los que buscan menoscabar el interés general a favor de fines, digamos, menos nobles. No olvidemos que el propio Fink ha apuntado que lo que está en cuestión no es el fondo, sino la forma.
En Envera, como organización sin ánimo de lucro que desde que nació de Iberia hace más de 45 años trabaja acompañando a las empresas en el cumplimiento de la ley (Ley General de Discapacidad), en su impacto social con acciones de RSC y la generación de compromiso y orgullo de pertenencia entre los empleados mediante voluntariado corporativo, somos conscientes de las dificultades que entraña el cambio de modelo que las organizaciones públicas y privadas deben afrontar y el coste que ello puede suponer para ser mejores (no hablemos, pues, de sostenibles).
Envera, por ejemplo, desde hace tiempo nos propusimos ir más allá de nuestra misión (atender a 5.000 personas con discapacidad y a sus familias, y crear más de 800 puestos de trabajo para ellas) con la construcción de una red altruista de colaboraciones con otras ONG que nos permitiera impactar en 11 de los 17 ODS, abriendo caminos y aportando ideas y soluciones a las compañías y, sobre todo, apoyando a los más vulnerables.
Para nosotros los ODS son una inspiración y una guía para contribuir aún más al bien común y mejorar la vida de más personas, socorriendo y apoyando también a los que son víctimas de la guerra, una catástrofe natural o simplemente la crisis económica que no cesa.
El mundo necesita líderes éticos cuya fuerza logre opacar el “social washing” o “green washing” de los que optan por atajos tramposos que siempre acaban mal. Que una guerra de nombres, de apropiaciones ilegítimas e injustas, no nos impida seguir trabajando juntos por algo que ha venido para quedarse: porque seremos sostenibles y socialmente responsables, o como demonios queramos llamarlo, o no seremos. No hay vuelta atrás.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: 8º Aniversario de los ODS, en colaboración con Metrovacesa.