La ONU en su informe sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2023 dice que necesitamos redoblar nuestros esfuerzos a nivel planetario para alcanzar los ODS a costa de, en caso de fallar, agravar la inestabilidad política, desestabilizar las economías y causar daños irreparables en el medio ambiente.
El análisis es claro,: más de la mitad del mundo está quedando rezagada, hay un progreso escaso e insuficiente en más del 50% de las metas que se fijaron para cumplir con los ODS y, en un 30% de ellas, incluso se observa un retroceso.
A siete años del plazo fijado para el cumplimiento de los ODS, las excusas para estar tan lejos de los objetivos son: los efectos combinados de la crisis climática, la guerra en Ucrania, las nada halagüeñas perspectivas económicas mundiales y los efectos de la pandemia del COVID-19. La realidad es más compleja, aunque apunta con el dedo a una falta de compromiso político por parte de los países y a una desigual y tibia respuesta del mundo de los negocios y el capital.
Sin querer caer en cifras que son mejor analizadas en otros artículos sólo tenemos que mirar los grandes marcos que nos sirven de paradigma: sólo un tercio de los países habrá reducido a la mitad sus tasas nacionales de pobreza en 2030 con respecto a 2015 (el ODS 1 de la pobreza es uno de los que presenta peores pronósticos).
El repunte del hambre en el mundo mientras los precios de los alimentos son más altos que nunca indican que ni siquiera en las cuestiones más básicas para la supervivencia humana podemos respirar aliviados; y la financiación destinada al cambio climático también ha fallado: los países desarrollados no han aportado los 100.000 millones de dólares anuales que se comprometieron a proporcionar desde 2020.
Sí se han producido avances en muchas áreas, pero lo cierto es que cunde el desánimo y, lo que es peor, estamos viendo aumentar la indiferencia o incluso la animadversión hacia la Agenda 2030 y las instituciones y organismos que la defienden e impulsan.
Podemos encontrarnos ante la tormenta perfecta: una sociedad desconocedora de los retos globales y contra los que los ODS quieren plantar cara, junto a un hartazgo y aminoración de la marcha en instituciones y organizaciones, quizá cansadas de ver pocos progresos o con otras prioridades cortoplacistas a las que atender.
¿Qué hacer? Pasado el ecuador, se plantean serias dudas sobre el cumplimiento de los ODS plantean. Eso está claro y seguro que no es el primer artículo que te lo cuenta. Y aunque La ONU cree que aún hay tiempo para la esperanza y señala dónde es necesario actuar, debemos combatir el desánimo con convicción y esfuerzo.
Pero sobre todo con una mayor exigencia y autoexigencia. Este tiempo que queda para 2030 sigue siendo una oportunidad para que los ciudadanos, la sociedad civil, el sector privado y otras partes interesadas que comparten la urgencia, la ambición y, sobre todo, la acción para hacer realidad los ODS. O para lamentarnos después. Es pues nuestro turno como ciudadanos, empleados, empresarios, votantes y consumidores de dejar a un lado el desánimo y empezar a hacer más. Justo el doble.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables: 8º Aniversario de los ODS, en colaboración con Metrovacesa.