Manos Unidas decidió hacerse socia del Observatorio RSC a finales de 2017, hace ya siete años. Pero la actividad del Observatorio era de sobra conocida por nuestra entidad desde mucho antes, prácticamente desde que se fundara.
Sus informes sobre las empresas del Ibex-35, sus cursos de formación en RSC o su incidencia incansable sobre la necesidad de exigir responsabilidad a las grandes empresas, fueron pioneras y muy potentes.
Las organizaciones de cooperación al desarrollo trabajamos a pie de terreno con innumerables asociaciones locales, comunidades y personas que viven en zonas del mundo muy aisladas y desprotegidas. Además, siendo Manos Unidas la organización de la Iglesia en España que tiene encomendada esta labor, tenemos también acceso a redes nacionales e internacionales de otras realidades eclesiales que trabajan intensamente estos temas, como CIDSE, REPAM, Iglesia y Minería, o Enlázate por la Justicia.
Conocemos, por tanto, la situación de vulnerabilidad e indefensión en la que se encuentran muchas personas cuando se ven afectadas por alguna gran obra de ingeniería que destroza su hábitat y su modo de vida. O por alguna negligencia grave de alguna gran empresa que contamina y arrasa su entorno.
También sabemos que, después de que los medios dejan de informar sobre esos casos tan impactantes, se quedan solos y sin recursos para afrontar las consecuencias de tales desastres, que se alargan luego durante mucho tiempo. Zonas del mundo donde esas violaciones de los derechos humanos o el medio ambiente quedan impunes porque no existen las estructuras básicas ni las garantías públicas de las que disponemos en estados más desarrollados que les obliguen a pagar por el daño causado.
Por eso es tan necesaria y tan urgente la labor del Observatorio, cuyo impacto real podríamos multiplicar por mil si nos uniéramos muchas más ONG, sindicatos, consumidores o universidades.
Ahí están sin duda sus grandes logros que marcan el camino: la presión continua a políticos de distintos partidos para elaborar una ley española que exija responsabilidad a nuestras empresas en el extranjero, la creación de la Plataforma por la Empresa Responsable (PER) para coordinar y fortalecer la labor de las organizaciones sociales, la colaboración estrecha con la red europea de justicia corporativa (ECCJ), o la aprobación reciente de la Directiva Europea de Sostenibilidad y Diligencia Debida.
Sin embargo, advertimos riesgos muy recientes de retroceso por una corriente que se está imponiendo y que promueve más las cuestiones referidas a los ODS o a la ESG.
Estos términos abordan asuntos más generalistas, difusos y complejos que dificultan luego la labor de vigilancia y exigencia que realizamos como sociedad civil para conocer cuáles son los verdaderos impactos que pueden generar algunas grandes empresas en esos países más vulnerables.
Pero como dijo Orencio Vázquez en el evento del 20 aniversario, yo también estoy convencido de que “el actual interés de las empresas en la sostenibilidad y los avances en la legislación para favorecer un desarrollo sostenible están, de alguna manera, precedidos por un periodo de propuestas, campañas e incidencia de las ONG”. Así que ahora lo que toca es que trabajemos juntas y que intensifiquemos aún más nuestras acciones.
Quisiera finalizar con una pregunta que sería bueno que fuéramos capaces de responder y de actuar en consecuencia. En 1989 se produjo el mayor desastre ecológico de la historia de Estados Unidos, donde Exxon Mobil anegó de petróleo los mares de Alaska. Ella misma se encargó de su limpieza completa y de pagar indemnizaciones. ¿Por qué no hizo lo mismo Chevron-Texaco, también estadounidense, cuando en los años 90 destrozó la Amazonía del Ecuador? ¿Por qué…?
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: 20 aniversario del Observatorio de RSC