Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Internacional de los Derechos Humanos
El Día de los Derechos Humanos se celebra a nivel mundial para conmemorar uno de los compromisos mundiales más revolucionarios: la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). Este documento histórico consagra los derechos inalienables que toda persona tiene como ser humano, independientemente de su raza, color, religión, sexo, idioma, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.
La Declaración fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948 y establece, por primera vez, los derechos humanos fundamentales que deben protegerse en el mundo entero. Como “una norma común de logros para todos los pueblos y todas las naciones”, la DUDH es un proyecto global para leyes y políticas internacionales, nacionales y locales y un pilar esencial de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible.
Durante este 2024 hemos vivido una creciente tensión geopolítica a nivel mundial. Nos enfrentamos a un complejo panorama mundial actúa, que está teniendo su impacto en el cumplimento de los derechos humanos más esenciales. El efecto dominó de estas tensiones se deja sentir en la política, la economía, la sociedad y el medio ambiente.
Los continuos conflictos geopolíticos amenazan el equilibrio comercial entre productores y consumidores, acelerando la tendencia hacia la deslocalización impulsada por una doble estrategia para así lograr un mayor control sobre la gestión de la cadena de suministro y reducir las emisiones y el impacto asociado al carbono del comercio mundial aéreo, terrestre y marítimo.
Debemos dar respuestas eficaces y colaborativas, pudiendo trascender los silos tradicionales con vistas a un futuro sostenible y armonioso. Debemos alejarnos de las prácticas de la era de la globalización para hacer frente a perturbaciones frecuentes e impredecibles.
Los conflictos geopolíticos en curso y las amenazas al transporte marítimo comercial están poniendo en peligro esta ruta marítima estratégica, crucial para la circulación rápida de mercancías entre Asia, Europa y América. El prolongado conflicto del Mar Rojo y la consiguiente necesidad de evitar el Canal de Suez obligan a desviarse por el Cabo de Buena Esperanza, un desvío que añade entre 7 y 10 días a los envíos entre Asia y determinados mercados occidentales.
El aumento de los desvíos amplifica las desigualdades sociales, mientras que la reciente inclusión de las emisiones marítimas en el Sistema de Comercio de Emisiones de la UE, con un impuesto sobre el carbono basado en la distancia, aumentarán probablemente aún más los costos, con consecuencias potenciales de un aumento del 3-5% trasladado a los consumidores.
A medida que el sector se enfrenta a estos retos, la búsqueda de soluciones sostenibles sociales y medioambientales, se hace aún más crucial por razones tanto económicas, sociales y medioambientales. Las repercusiones no solo para el sector del transporte marítimo, sino también para la economía mundial, son evidentes e influyen en todos los aspectos, desde los plazos de entrega hasta la disponibilidad de mercancías.
Por otro lado, el cierre del espacio aéreo sobre Ucrania y Rusia obliga a las aeronaves a desviarse, sorteando el espacio aéreo restringido, lo que alarga considerablemente sus rutas de viaje. Estas rutas alargadas no solo suponen un mayor consumo de combustible, sino que también aumentan las emisiones de carbono, intensificando el impacto ambiental del transporte aéreo, uno de los sectores más difíciles de reducir.
En otro orden de magnitud, la concentración de minerales críticos supone una amenaza para las economías mundiales, las personas y la seguridad nacional, y tiene profundas implicaciones para la consecución de los derechos humanos.
Si examinamos, por ejemplo, materiales cruciales para las baterías, como el litio, el cobalto y el grafito, resulta alarmante que, según un análisis de Kearney, un solo país controle al menos el 60% de una o más fases de la producción mundial de cada uno de estos elementos. Australia, Chile y China aparecen como los tres principales operadores. Este nivel de control no solo pone en peligro la estabilidad económica, sino que también suscita preocupación por la sostenibilidad social.
El Departamento de Defensa de Estados Unidos (DOD) ha identificado 37 minerales críticos en los que más de la mitad de la producción mundial depende de un solo país, lo que intensifica las dificultades para garantizar un acceso estable y sostenible a estos recursos. Esta concentración no solo amenaza la resistencia de las cadenas de suministro a las perturbaciones, sino que también agrava las emisiones de carbono al limitar la capacidad de diversificar y adoptar prácticas más sostenibles en la extracción y producción de estos materiales vitales.
Abordar estas vulnerabilidades no es solo una cuestión de prudencia económica, sino un paso crucial para mitigar el impacto social asociado al actual estado de concentración de la cadena de suministro.
Pasar del caos a la armonía
En el panorama mundial actual, con una escalada de conflictos en un mundo polarizado en múltiples frentes, vemos cómo las tensiones geográficas tienen efectos inesperados en todos los ángulos del desarrollo. Las rivalidades y conflictos geopolíticos se han convertido inadvertidamente en motores de la degradación social, ya que las naciones priorizan sus intereses estratégicos sobre los esfuerzos colectivos para combatir el cumplimiento de los derechos humanos.
Estos conflictos geopolíticos son más que una perturbación, suponen un reto estratégico para el comercio mundial, repercuten en los objetivos de sostenibilidad y exponen nuevas vulnerabilidades. La situación en el Mar Rojo y la guerra de Rusia contra Ucrania han puesto de manifiesto la fragilidad de la cadena de suministro mundial, especialmente en los puntos críticos de congestión, lo que se traduce en costes más elevados, mayores retos operativos y repercusiones negativas para la sociedad.
Un hilo de esperanza es que esta crisis presenta una oportunidad única para que los líderes se adapten rápidamente y reconfiguren las estrategias mundiales de comercio y clima ante la escalada de incertidumbres regionales. La intersección de las dinámicas geopolíticas y las preocupaciones sociales y medioambientales no es más que otro ejemplo de lo necesario que resulta que la comunidad mundial dé prioridad a la cooperación multilateral y a las prácticas sostenibles para hacer frente a los inminentes efectos de una crisis social presente en un mundo interconectado.
La sostenibilidad social, económica y medioambiental puede ser un motor transformador para promover el desarrollo económico pero también puede ayudar a fortalecer la paz y la estabilidad.