Soy investigadora y me apasiona mi trabajo. Lo que te da la ciencia, desde el punto de vista profesional, no es equiparable con nada. Para mí, levantarme cada día y que me guste mi trabajo, no tiene precio.
Llevo más de 20 años inmersa en el mundo de la investigación, estudié en Salamanca y después pasé 3 años en Canadá aprendiendo inmunología y uno en Londres centrada en la leucemia pediátricas. De esa época de formación y descubrimiento de mi verdadera vocación, una de las cosas de las que estoy más orgullosa es de haber estado codo con codo con el doctor Mel Greaves, el mayor experto en leucemia infantil del mundo.
Si tuviera que resumir de alguna forma cuál ha sido mi aportación a la ciencia, aparte de hallazgos y hechos concretos como haber participado en tres patentes, una de ellas relacionada con la leucemia linfoblástica T-cortical y que actualmente hay un ensayo clínico abierto, yo diría que promover el trabajo en equipo, trabajar al lado de los clínicos. He descubierto la importancia de la investigación traslacional. No deberíamos meternos en el laboratorio y no conectar con los clínicos, los médicos que están en el día a día del paciente. Yo necesito que me cuenten sus necesidades clínicas, saber de los pacientes, si tienen una recaída o como ha funcionado un determinado fármaco para reenfocar o adaptar nuestro trabajo en el laboratorio. Ellos entienden la enfermedad desde la parte clínica y nosotros desde la parte biológica. Es fundamental trabajar unos al lado de otros.
Además, en los últimos años, hemos pasado una barrera y hemos empezado a trabajar en consorcios internacionales que, al final, es lo que hace que las cosas funcionen. No es que lo hagamos mejor o peor aquí o allí, si no que la ciencia es un trabajo en equipo. Yo no puedo saber de todo. La ciencia es multidisciplinar y pasa por formar equipos con expertos en todas las facetas. Así es como se consigue avanzar.
Por ejemplo, con la Beca XI que me ha concedido la Fundación Unoentrecienmil, vamos a estudiar tratamientos para la leucemia infantil de menores de un año, que a día de hoy sigue teniendo una supervivencia inferior al resto de leucemias pediátricas, después de haber vivido una situación maravillosa. Tiene que ver con Ana, que hoy tiene 13 años. Justo con la anterior Beca Unoentrecienmil, cerramos un ciclo en el que entendimos por qué había funcionado un fármaco que le administras a Ana, cuando era una bebé. Y es que la comunicación entre su Oncólogo y nuestro equipo de investigadores, dio pie a que probáramos con ella un fármaco que no estaba indicado para su tipo de leucemia y edad. La niña tenía un pronóstico desfavorable y después de consultar con sus padres y con el consentimiento del hospital decidimos probar. La niña hoy en día está sanísima. Esto es gracias a esa colaboración entre los clínicos y los investigadores.
Esto es de las cosas más bonitas que puedo vivir, ver cómo lo que hacemos en el laboratorio llega a un paciente. Que el conocimiento que generas se transforma en algo tangible para los pacientes. Entre todos y a lo largo de los años, vamos generando conocimiento que compartimos en la comunidad internacional y que es lo que hace que avancen los tratamientos. Entender la enfermedad es lo que llevará a su curación, que es lo único que queremos: curar la leucemia.
Hay un momento mágico en todo este mundo en el que nos movemos los investigadores. Ese momento en el que tu descubres algo en el laboratorio. Luego lo publicas, pero en ese momento, antes de publicarlo, sólo lo sabes tu. Sólo tú tienes ese conocimiento. Y algunas veces no eres consciente de la trascendencia de lo que has descubierto.