La República de Uganda ocupa la posición 163 de 188 en el índice de desarrollo humano (IDH) elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Ese dato puede ayudarnos a entender el complicado contexto en el que se encuentra este país africano con capital en Kampala.
Tras su independencia del Reino Unido el 9 de octubre del año 1962, el dictador ugandés Idi Amin tardó menos de una década en hacerse con el poder con el beneplácito de los países occidentales que incluso le vendieron armas hasta que fue derrocado el 11 de abril de 1979. Se llegó a autoproclamar como “Rey de Escocia” por su admiración hacia los soldados de esa nación y pasó a la historia como “el Hitler africano” al ser uno de los opresores más sanguinarios del continente.
Desde ese momento y hasta la actualidad, la República de Uganda ha vivido una constante inestabilidad gubernamental, con continuos golpes de Estado hasta que Yoweri Kaguta Museveni se hizo con el poder el 26 de enero de 1986 , imponiendo un régimen autoritario que dura hasta nuestros días y en el que las mujeres son uno de los colectivos más castigados.
La gran mayoría de las mujeres ugandesas vive con menos de 1,90 USD al día y no tienen trabajo ni medios de subsistencia. Si las mujeres tienen más dificultades que los hombres para acceder al mercado laboral, en Uganda la brecha entre ambos géneros es de las mayores del mundo, así que se ven abocadas a la prostitución para poder comer y alimentar a su familia. Por si fuera poco, la minoría que logra acceder al mercado laboral padece una inseguridad terrorífica.
Según la encuesta nacional de 2021 sobre la violencia contra las mujeres realizada por la Oficina de Estadística de Uganda (UBOS) el 95% de las mujeres ugandesas han sufrido violencia física o sexual, o ambas, por parte de sus parejas u otros desde los 15 años y el 86% de las mujeres han sido víctimas de violencia en su lugar de trabajo.
También deben enfrentarse a desafíos relacionados con la maternidad y la conciliación entre el trabajo y la vida familiar. La ausencia de permisos por maternidad pagada y el acceso limitado a servicios de cuidado infantil de calidad afectan negativamente a su participación laboral y a sus oportunidades de carrera. Huelga decir que su representación en niveles de liderazgo es insignificante por lo que apenas participan en la toma de decisiones.
Sin embargo, hay motivos para la esperanza. En las últimas décadas las mujeres ugandesas han incrementado su peso en el ámbito laboral. Muchas de ellas trabajan en la agricultura, que es la principal fuente de empleo del país.
Pero aparte del sector agrícola, ¿dónde encuentran oportunidades laborales las mujeres en Uganda? Fundamentalmente en el catering y en la peluquería y estética. El catering exterior se ha convertido en un oficio muy demandado. Consiste en ofrecer servicios de alimentación en diferentes tipos de fiestas, como cumpleaños o bodas. Para poner en marcha este negocio se necesitan tenedores, cuchillos, vasos, platos, cazuelas, herramientas para calentar la comida etc. Dependiendo del número de eventos en los que se ofrece este servicio, en un buen mes se podrían ganar hasta 1.000.000 de chelines, que equivalen a 264 USD.
Para acceder al sector de la peluquería y estética es necesario formarse y cada vez hay más centros dependientes de ONGs que ayudan a dicha labor. Después del período de aprendizaje, asistiendo a clases de maquillaje, cosmética y peluquería, el emprendimiento no requerirá de un importante desembolso inicial. Un negocio de estética se puede abrir desde unos 30 USD y en el ámbito de la peluquería no es necesario disponer de capital, siempre que la persona cuente con las habilidades necesarias para poder trabajar desde su casa o desde cualquier otra ubicación que desee.
En cualquier caso, quedan muchos desafíos por afrontar. La pobreza extrema entre las mujeres de las comunidades marginadas es correlativa a su bajo nivel de educación, lo que supone una barrera más para su acceso al mercado laboral.
Según los últimos informes del Instituto de Estadística de Uganda y de Naciones Unidas, más de 700.000 niñas entre 6 y 12 años nunca han ido a la escuela; además, alrededor de la mitad de las niñas entre 15 y 24 años son analfabetas y cuatro de cada cinco niñas no han asistido a la escuela secundaria. Estos datos determinan la necesidad de realizar intervenciones directas y prácticas con resultados inmediatos para mejorar sus vidas.
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