Hacía falta en la sociedad del siglo XX un perfil de entidades que no se movieran por intereses políticos ni económicos, sino que miraran por el bien común. Que se preocuparan por apoyar a los diferentes colectivos sociales y defender los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. Y por eso nacieron las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), o lo que se conoce como el Tercer Sector. El 27 de febrero 1950, Naciones Unidas define por primera vez a estas entidades, y por eso este día se celebra el Día Internacional de las ONG. En España, las primeras que se crearon estuvieron vinculadas a la Iglesia católica, y es en la década de los 70 cuando empiezan a surgir las organizaciones de cooperación al desarrollo y de acción social.
Resulta complicado encontrar el número exacto de ONG que existe en nuestro país, dado que no contamos con un registro único que facilite el censo, pero en el año 2000, un informe elaborado por Fundación Tomillo para el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales hablaba de la existencia de más de 11.000 entidades de acción social (entre asociaciones y fundaciones) que empleaban a 284.000 personas y contaban con más de 1 millón de voluntarios. Hoy estaríamos hablando de entre 27.000 y 30.000 entidades, según datos de la Fundación PwC y la Plataforma de ONG de Acción Social
Según la Plataforma de ONG de Acción Social, el Tercer Sector emplea a más de medio millón de personas, y cuenta con unos 1,5 millones de voluntarios. Entre subvenciones, ayudas públicas y donaciones privadas, sus ingresos representan el 1,4% del PIB. Es decir, en las últimas décadas, las entidades no lucrativas han experimentado un gran crecimiento, y también una profunda transformación. Muchas comenzaron siendo pequeñas asociaciones formadas por un reducido grupo de personas, con una gestión “de andar por casa”, casi familiar. Sin embargo, con los años se han ido consolidando y profesionalizando, y hoy su gestión es tan eficiente y compleja como la de muchas empresas, y sus exigencias no paran de crecer.
Por eso, además de apoyarse en el papel fundamental de los voluntarios, cada vez más, buscan profesionales especializados para ñas principales tareas de gestión: expertos en recursos humanos, marketing y comunicación, finanzas, gestión de proyectos… Además de vocación y voluntad, son necesarios formación y conocimientos. Las exigencias de la propia actividad, de la legislación aplicable y de la necesidad de encontrar financiación (ya sea pública o privada) requieren una dedicación a tiempo completo. El resultado es que el 86% de las ONG consultadas en el citado estudio cree que sus equipos cuentan con competencias especializadas, y el 97% les ofrecen formación para poder asumir nuevos desafíos profesionales.
El camino hacia la transparencia
La profesionalización, en definitiva, ha sido un hito fundamental en la historia del Tercer Sector, con el objetivo de alcanzar la excelencia en el cumplimiento de su misión para conseguir un mayor impacto en la sociedad. Y también es muy destacable su avance hacia una gestión basada en la transparencia y las buenas prácticas. Desde nuestra posición, como acreditadores del cumplimiento de los 9 Principios de Transparencia y Buenas Prácticas, hemos observado un crecimiento notable en el número de asociaciones y fundaciones que optan a conseguir el Sello Dona con Confianza. Este reconocimiento acredita su compromiso con la excelencia y las visibiliza como dignas merecedoras de su papel como agente social. La confianza es el factor fundamental que garantiza la sostenibilidad de una ONG. Sin ella, no es fácil captar fondos, y sin donaciones no hay presupuesto para cumplir su misión.
Por eso, es importante mantener esta tendencia de interés creciente hacia una gestión eficiente, construida sobre los principios de gobernanza, transparencia y control del uso de los fondos. Y para ello hace falta acometer otros retos, como la digitalización de procesos o el análisis del impacto logrado con sus actividades. En este punto, es importante adoptar una posición crítica respecto a la relación entre los recursos empleados y el retorno en forma de impacto social. Es decir, su esfuerzo no termina aquí, sino que deben seguir trabajando día a día, no solo para ajustarse a las exigencias de las nuevas normativas, sino también para ser capaces de adaptar su actividad y su forma de trabajar a los cambios de nuestro tiempo.
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