Hasta en el lugar más recóndito del mundo donde tenga presencia la Cruz Roja y la Media Luna Roja, las personas saben, intuyen o sienten que nuestras causas son sólo y exclusivamente humanitarias.
También saben que no hay nadie que esté excluido de nuestra acción, que no juzgamos a las personas para ofrecerles asistencia, que nos mantenemos al margen de las controversias políticas, religiosas e ideológicas, que somos un movimiento universal que expresa su acción en el ámbito más cercano a las personas, que nuestra capacidad u operatividad está basada en una gran red de voluntariado desplegado por todo el mundo y que mantenemos la independencia necesaria para poder cumplir nuestra misión, sin despreciar ninguna alianza con quienes creen, como nosotros, que otro mundo es posible trasladando nuestro pensamiento a acciones tangibles.
Hemos conseguido construir esta personalidad humanitaria durante 158 años sin cambiar nada de lo fundamental, entendiendo que, con sus virtudes y defectos, esta personalidad ha permitido, primero, acceder a todo tipo de personas, después, conocer sus necesidades y, sobre todo, buscar respuestas que superaran los momentos más difíciles de sus vidas.
Es un orgullo formar parte de esta opción de vida que no compite con otras, que busca el entendimiento y combatir el sufrimiento en todas sus expresiones y qué mejor momento que este para poner en valor lo que somos y, sobre todo, lo que queremos seguir siendo. A nadie se nos escapa que los efectos sanitarios, sociales y económicos de la pandemia, sus secuelas en las personas y en las familias, y la que podríamos denominar revolución energética, han cambiado las reglas de juego y se están cebando con los más vulnerables.
Y qué decir de las guerras y no sólo la de Ucrania, que hacen patente la incapacidad de los pueblos y sus gobernantes para crear marcos de desarrollo que se aíslen de la confrontación.
Los efectos asociados a todo ello polarizan cada vez más nuestras sociedades y, aunque pueda parecer contradictorio, colocan a Cruz Roja en un terreno muy vulnerable a las críticas de quienes desconocen que tenemos una vocación humanitaria, que es lo que nos lleva a actuar como lo hacemos.
Marcel Junod, Delegado del CICR en España durante la Guerra Civil, ya denominaba a la Cruz Roja como el Tercer Combatiente. En su libro, con el mismo título, decía:” Sólo hay dos adversarios, pero al lado de ellos, y a veces entre ellos, surge un tercer combatiente”. La Cruz Roja, sin serlo, a veces se encuentra entre “combatientes”, “adversarios”, “discrepantes”, “enemigos”, que pueden no entender nuestra concepción de la Humanidad, Imparcialidad, Neutralidad o Independencia.
Pero Cruz Roja no puede desdibujar ni sus ideales ni su símbolo. Metafóricamente, no podemos cambiar el pantone del color de nuestro emblema, ni podemos sesgar las vulnerabilidades dependiendo del origen, creencia, opinión, color, edad o género de las personas. Hoy somos más conscientes que nunca de que queremos ser lo que somos y dar fuerza a nuestros ideales.
Por eso, este año hemos querido dedicar este Día Mundial a nuestros Principios Fundamentales. Necesitamos difundir y lograr adhesiones para que no se ponga en duda, ni limite la acción humanitaria, ni sus principios rectores. No podemos renunciar a ningún espacio de los hasta ahora conseguidos en favor de la paz, la convivencia y la solidaridad.
Como nos gusta decir, “somos una organización de la sociedad para la sociedad”. De nuestro respeto hacia ella emanan nuestros principios y ella es la depositaria de los ideales de Cruz Roja. No olvidemos que sólo las personas somos capaces de generar cambios y que mejorar la vida de las personas está en nuestras manos.
Son tiempos difíciles para los que son necesarias respuestas colectivas y solidarias de la sociedad y siempre hay margen para mejorar. Apostemos por ser mejores.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial de Cruz Roja