La experiencia acumulada es una ventaja, pero también puede ser lastre. Particularmente cuando las cosas cambian deprisa y nosotros pensamos que vuelven a ser como antes.
Atisbando ya la luz al final del túnel pandémico he participado estos meses en eventos varios, que indagan en la necesaria nueva gestión del talento. Un ejemplo es el debate que se celebró recientemente en el marco de los Premios de la Fundación Factor Humà, en el que diferentes expertos analizamos la evolución de la función de los Recursos Humanos en los últimos 25 años. Entender el trabajo remoto en sentido amplio, responder a necesidades de candidatos y empleados o adecuar ritmos de digitalización a la demanda del entorno son foco estos meses de informes, webinars y hackatones varios.
Además de hechos y aprendizajes, de estos foros me interesan también las certezas y dudas que cada persona aporta desde su posición y perspectiva. Escucho con interés y ciertas reservas las afirmaciones categóricas sobre el futuro por parte de personas que acumulan experiencia y reconocimiento de un siglo ya pasado. Valoro también voces más prudentes, quizás menos expertas pero más curiosas. Las que preguntan y escuchan para entender. Aprendo también de los interesados en datos y todo lo que éstos imploran contarnos a quien quiera y sepa entenderlos.
Esas distintas miradas corresponden a veces a perfiles generacionales. Los que hace tiempo convivimos en el ámbito profesional. Desde X’s con la jubilación ya en el punto de mira hasta Z’s intentando abrirse paso en el mercado. Sumar perspectivas ayuda también a entender la nueva realidad, ese contexto compartido por todos nosotros, la Generación Pandemia, un reto global no escogido que dejará huella.
El arte de preguntar
Un período en que también han brillado, a veces por ausencia, nuevos estilos de liderazgo, algo distintos a los que nos trajeron hasta aquí. El liderazgo forjado en la seguridad de un mundo predecible, planes a largo plazo, contención máxima de riesgos y respuestas sólidas no nos llevará al futuro. Los nuevos retos necesitan ahora de más y mejores preguntas a tiempo, atrevimiento y agilidad en las decisiones.
Necesitamos empoderar a otras personas no solo a opinar y decidir sino a encontrar e implantar juntos soluciones a escala. Para hacerlo posible luchamos también contra la inercia presentable de ejecutar sin preguntar lo suficiente. Nos esforzamos a veces demasiado en asumir y resolver problemas que nunca debieron merecer nuestro tiempo y energía. Toca reservar recursos para crear nuevas ideas y soluciones a nuevos problemas.
En la Generación Pandemia debemos ejercitarnos también en el arte de preguntar conscientes de nuestros sesgos y ávidos de entender más que de reafirmar. Atesoramos experiencia, vivencia procesada, a partir de buenas preguntas, decisiones ágiles, acciones determinadas y reflexiones de aprendizaje. Las certidumbres y lo invariable nunca existió fuera de nuestras mentes y es más necesario que nunca ejercitarnos en esa mirada joven. La que no está asociada a la fecha en el DNI si no a la necesidad de entender para crecer.
Liderazgo humanista
Navegar por la nueva realidad necesita de un liderazgo más humilde y humanista. El que tira de empatía e interés genuino por las personas a las que sirve. El que pone a las personas en las que influye en el centro, porque sabe que son siempre la palanca de cambio. Un liderazgo abierto a otras perspectivas que enriquecen la propia.
En esta era de cambios incómodamente acelerados solo seremos mejores gestores de personas y su talento en el siglo XXI si empezamos cambiando la mirada. Tengamos la experiencia y edad que tengamos. Con curiosidad genuina por lo que cualquier persona puede aportar y generando, de paso, adhesión para el cambio.
Quizá esta pandemia nos ayude también a abrir más los ojos para estar más atentos a los cambios. Los que presenta el entorno y los que ocurren también en nosotros mismos porque, como decía Marcel Proust, “aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”.
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