Este evento aporta esperanza a un consumidor que se enfrenta a un arduo panorama a la hora de ejercer un consumo consciente.
Las grandes barreras del consumo responsable son la falta de información comparable y la crisis de credibilidad en las empresas.
La información que nos llega está fragmentada: hay cientos de eco etiquetas, desde las más rigurosas, trazables y auditadas, hasta las meras auto-declaraciones sin ningún estándar detrás. Más de la mitad de los consumidores reconocen que las eco-etiquetas no les ayudan a elegir. Si mezclamos este cóctel de confusión con la publicidad verde, nos encontramos un escenario complejo para ejercer un consumo consciente.
Por otro lado, los ciudadanos no se creen la información que les llega de las empresas. Un 95% de los consumidores no se cree la información de responsabilidad social corporativa. Y el lenguaje tampoco ayuda: o es demasiado técnico, o demasiado “publicitario”, pero no consigue involucrar al consumidor para un cambio sostenible.
En este marco han surgido movimientos sociales que tienen la característica de ser bottom-up, es decir, que surgen y se consolidan desde la sociedad civil, y que si bien están poco estandarizados y aún tienen recorrido para madurar, tienen la virtud de jugar la baza de la credibilidad. Movimientos a menudo cooperativistas, locales, distribuidos, apasionados y autocríticos con ganas de avanzar y que todavía cuentan con la confianza de los ciudadanos.Son iniciativas poco visibles para los ciudadanos, que se verían favorecidas si cogieran músculo y tejieran alianzas con otros movimientos similares.
Para los consumidores es una oportunidad de intervenir en un debate en el que no suele estar invitado, pero al que luego se le echa de menos. Una oportunidad de repensar el consumo desde las necesidades de los ciudadanos, con sus vidas complejas, necesidades específicas y retos individuales. Y de hacerle partícipe de un cambio en el que es un actor imprescindible.