“Si realmente cree que el medio ambiente es menos importante que la economía, intente aguantar la respiración mientras cuenta su dinero”. Así se expresaba hace ya once años el científico estadounidense Guy McPherson.
Por aquel entonces, la conciencia empresarial sobre la necesidad de una acción común para combatir el cambio climático era casi una extravagancia.
En los últimos años, grandes figuras del mundo de la empresa o de las finanzas como Paul Polman o Larry Fink han impulsado la cultura sostenible en las empresas al considerar la implicación con la sociedad y el propósito empresarial no solo como una necesidad, sino como una oportunidad de negocio. Las gestoras de fondos utilizan cada vez más criterios de sostenibilidad en la elección de sus carteras mientras los reguladores aceleran un marco que permitirá medir la salud medioambiental de las corporaciones y su actividad del mismo modo que se evalúan sus estados financieros.
Esta especie de impulso a la conciencia se ha acelerado después de que la crisis de la Covid pusiese de manifiesto la fragilidad de nuestro modo de vida y la enorme interdependencia de las actitudes de empresas, gobiernos o individuos.
Afortunadamente, hoy las políticas no solo de reducción de huella de carbono, también las de igualdad, buen gobierno y calidad corporativa (bajo el paraguas del acrónimo inglés ESG) son consideradas imprescindibles para cualquier proyecto con visión de futuro en un mundo consciente de su vulnerabilidad.
Pero para que esta tendencia se convierta en algo más que una declaración de principios, buenas intenciones o simples casillas de verificación, los compromisos deben asumirse sin condescendencia, desde el conocimiento y el anclaje de los valores que buscamos defender a la esencia del propósito empresarial.
La credibilidad y confianza son fundamentales. Por eso, las aspiraciones y logros han de ser concretos y transparentes para poder medir la adaptabilidad y sostenibilidad de unos modelos empresariales en los que las métricas financieras ya se conjugan regularmente con las de impacto social o medioambiental.
En Cellnex estamos orgullosos de que, por tercer año consecutivo, la organización sin ánimo de lucro CDP haya reconocido nuestro compromiso al incluirnos en su lista A, en la que solo han entrado 272 de las casi 12.000 compañías analizadas por sus acciones medioambientales y de sostenibilidad.
MSCI también ha puesto en valor la apuesta de la compañía al mejorar su rating sobre riesgos ESG con una valoración de diez sobre diez en las prácticas relacionadas con la gestión medioambiental a lo largo de nuestra cadena de valor.
Mientras que Sustainalytics nos coloca entre las cinco compañías de telecomunicaciones del mundo mejor situadas en la materia.
No en vano, en Cellnex llevamos años comprometidos con unas políticas centradas en nuestra visión de largo plazo mediante el análisis, la medición y la gestión del impacto que nosotros, o incluso nuestros proveedores, generamos en la sociedad y su entorno.
Nuestro modelo de crecimiento – basado en la gestión compartida de infraestructuras- ya apela en esencia a esta sostenibilidad y en el Plan Director ESG 2021-2025 identificamos 92 objetivos concretos en seis ámbitos en todas las líneas de negocio y países en los que estamos, que evaluamos y reportamos regularmente.
En línea con el lema “Growing together” que define nuestros principios, el convencimiento de estos objetivos se extiende desde el equipo directivo – que tiene vinculado un porcentaje de su retribución al cumplimiento de objetivos ESG- al conjunto de los empleados que participan en unas labores de voluntariado que demuestran el orgullo de pertenencia.