Como demuestra ampliamente la revisión estratégica del Banco Central Europeo, los bancos centrales están considerando su papel en el cumplimiento de los objetivos climáticos. El plan de acción climática del BCE implica cambios relativamente modestos en la política a corto plazo, pero a partir de mediados de 2022 se están preparando cambios más radicales. Otros bancos centrales están pensando de forma similar.
El argumento más sólido a favor de la participación de los bancos centrales en el cambio climático es que estos pueden hacer algo bueno para promover las prioridades políticas de los gobiernos. La urgencia de los riesgos climáticos significa que deben emplearse todos los medios al alcance de las políticas públicas para alcanzar los objetivos climáticos de los gobiernos.
Sin embargo, ¿esta participación violará la neutralidad que se supone que deben mantener los bancos centrales? Diríamos que es difícil ver cómo todo el conjunto de herramientas que han sido empleadas por los bancos centrales tras las crisis es neutral.
Las compras de bonos del Estado, de crédito con grado de inversión y de crédito de alto rendimiento, así como la provisión de liquidez en condiciones generosas y el uso de tipos negativos son factores que afectan a la economía. Por ejemplo, la compra de bonos corporativos tiende a ayudar a las empresas que emiten bonos, mientras que la mayor provisión de liquidez ayuda a los bancos. Así pues, el propio uso de estas herramientas parece no ser neutral, ya que ayudan a algunos sectores más que a otros.
Y parece perfectamente aceptable que incluso las violaciones intencionadas de la neutralidad puedan justificarse siempre que sean coherentes con los compromisos democráticos más amplios de la sociedad en la que opera el banco central, y que mejoren el bienestar. Y en aquellas sociedades que decidan otorgar mandatos a los bancos centrales para que contribuyan a la consecución de los objetivos climáticos, estaría justificado renunciar a la neutralidad para ayudar a la transición verde por el bienestar que está en juego.
Tres herramientas importantes para los bancos centrales
Proponemos tres herramientas que los bancos centrales podrían utilizar eficazmente en la lucha contra el cambio climático. En primer lugar, y de forma más conservadora, los impactos del cambio climático, los riesgos físicos y financieros y los escenarios alternativos podrían incluirse de forma más exhaustiva en los procesos de previsión económica y de inflación de los bancos centrales, en las comunicaciones posteriores a las reuniones y en los test de estrés de los bancos.
La mayoría de los impactos del cambio climático se producirán en horizontes que van más allá de los tres años para los que los bancos centrales publican habitualmente sus previsiones. Pero estos podrían incluir escenarios climáticos más sofisticados en los test de estrés de los bancos, aumentando así la importancia del cambio climático para los resultados económicos y de mercado a largo plazo. Esto requeriría, por supuesto, que los bancos centrales tuvieran la experiencia necesaria para llevar a cabo este ejercicio de forma creíble, y el primer año del plan de acción climático del BCE está orientado principalmente a desarrollar esta experiencia.
En segundo lugar, y de forma más radical, en su gestión diaria del balance y en sus operaciones de préstamo a un día, los bancos centrales podrían utilizar la puntuación climática de un valor para ajustar la valoración (o “haircut”) de un activo utilizado como garantía de un préstamo. Dado que las operaciones de garantía se producen siempre, independientemente de la orientación de la política, este enfoque permite al banco central influir en los resultados climáticos de forma continua. También es fácil de justificar: el banco central puede argumentar que hay más riesgo en los activos financieros “marrones” que en los “verdes”, y por tanto un mayor “recorte” es una medida prudente. El BCE también ha rebajado los requisitos de estructuración de ciertos bonos verdes, convirtiéndolos en garantías admisibles cuando de otro modo no podrían serlo. Se conseguirían mejores resultados climáticos tanto por la demanda relativa que recibirían los bancos comerciales de activos verdes frente a los marrones (si estos últimos son menos útiles como garantía), como por la señal que envía el banco central sobre los riesgos implícitos en los activos verdes frente a los marrones.
Y, por último, dando un paso más, en su papel de reguladores prudenciales, los bancos centrales podrían establecer requisitos de capital diferenciales para las actividades de préstamo de los bancos en función de criterios ESG (un equivalente específico para el clima de lo que es un colchón de capital anticíclico). Así, el requisito de capital para un préstamo a una empresa o proyecto verde podría ser más bajo que para otros tipos de préstamos, reduciendo el coste del capital para este tipo de actividades y fomentando así los préstamos que ayudan a la transición energética.
La acción de los bancos centrales no debe sustituir a una acción gubernamental más amplia, sino complementar una amplia gama de herramientas políticas.