El 27 de septiembre se celebrará el séptimo aniversario de un hito histórico: el acuerdo, firmado por 193 países en la cumbre de las Naciones Unidas de 2015, de la agenda 2030. Con este amplio consenso, el documento “Transformando nuestro mundo: la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible” es una ambiciosa guía que contiene 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y 169 metas que buscan erradicar la pobreza, combatir las desigualdades, promover la prosperidad y proteger el medio ambiente de aquí a 2030.
Con la firma de este documento la humanidad abría una nueva era en la que todos los líderes mundiales, tanto de la política como del mundo empresarial, parecían haberse puesto de acuerdo en un objetivo común: transformar el mundo en pro de la sostenibilidad global. Sin embargo, detrás de este noble objetivo se esconde una oscura paradoja: los mismos que quieren hacer del mundo un lugar mejor, son los que han creado los problemas que dicen querer resolver.
Los ODS son la solución a una serie de problemas que no existían hace 70.000 años y que son hijos de una mentalidad determinada. Resolver los problemas sin cambiar la mentalidad que los ha provocado equivale a huir hacia adelante, de la mano de la tecnología, sentando las bases de una nueva tipología de problemas, derivados de la misma mentalidad y cada vez más difíciles de resolver.
Está de moda hablar de cambiar el mundo, pero nadie habla de cambiar uno mismo. Y este es el problema de fondo. El mundo no se puede cambiar. Evoluciona en un sentido u otro a medida que nosotros también lo hacemos. De la misma forma que nadie inventó el capitalismo, sino que este emergió fruto de coyunturas históricas, nuevas coyunturas están dando lugar a situaciones inimaginables hace pocas décadas y que hacen que los cimientos del capitalismo tradicional comiencen a tambalearse.
Cada vez son más las personas que, una vez alcanzan un nivel salarial claramente por encima del nivel de supervivencia, priorizan incrementos de “propósito” a incrementos salariales. A esto se unen auténticas “locuras” empresariales como las protagonizadas recientemente por Yvon Chouinard, el multimillonario fundador de Patagonia, que en lugar de vender su empresa como mandan los cánones, la donó a una ONG con el fin de garantizar que todos sus beneficios “fueran repartidos entre las personas que están trabajando activamente para salvar el planeta”, o por Marlene Engelhorn, la rica heredera de la familia fundadora de Basf que decidió renunciar a su herencia de más de 4.000 millones de euros porque no quería vivir bajo el estrés de tener que gestionar tal cantidad de dinero.
Sin que la teoría económica tradicional nos ofrezca explicaciones al respecto, los seres humanos, a todos los niveles, se están empezando a mover masivamente en la dirección de la búsqueda del propósito y del autodescubrimiento. Y esta es una muy buena noticia, ya que de nada servirá alcanzar los ODS si en el camino no aprendemos también a ser genuinamente humanos. Alinearnos con nuestra naturaleza y aprender a fluir con ella es la solución al problema de fondo. El ODS que resuelve el resto de ODS de una sola tacada.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: 7º aniversario de los ODS, junto a T-Systems y Villafañe&Asociados