En términos generales, cuando se habla de ‘innovación sostenible’ la intención es definir aquellos procesos que reúnen múltiples facetas de manera que no aluden únicamente a la investigación y mejora directa sobre el medio ambiente, sino a todos aquellos procesos en los que participan los medios de producción, la mejora de las condiciones de los trabajadores, pasando por el diseño industrial, la comercialización o el trato con los clientes.
Y a partir de aquí, se abre el debate entre los expertos del sector: ¿Se trata de una moda pasajera o de un concepto adecuado para definir cómo están o cómo deben las cosas?
Luis Jiménez Herrero, director ejecutivo del Observatorio de la Sostenibilidad en España (OSE), indica que el término ‘sostenible’ se ha convertido en una tendencia reciente que acompaña cualquier asunto de actualidad “y aún más preocupante, en el caso concreto de la innovación se está añadiendo el adjetivo sostenible a procesos que, en realidad, no lo son”. Así las cosas, Jiménez Herrero propone revisar el término y dirigirlo hacia planteamientos de enfoque más amplio. “La denominación innovación para la sostenibilidad , por ejemplo, es un concepto integral que va más allá del enfoque ambiental, y considera también el plano económico, social, político e institucional de las compañías”.
German Granda, presidente general de Forética (asociación de empresas y profesionales que evalúan la actuación responsable e innovadora de las empresas), esboza una visión paralela. Considera que esta vinculación de innovación y sostenibilidad es acertada desde el punto de vista de las estrategias de responsabilidad social empresarial. “Existe un propósito estratégico que involucra áreas significativas de los recursos, los procesos, las relaciones con los grupos de interés y la gestión del cambio. Esto es en realidad lo que podríamos considerar el llamado círculo virtuoso de la innovación responsable, que parte de la responsabilidad innovadora y alcanza a la innovación responsable”.
En la misma línea, el presidente de la Fundación para la Innovación Tecnológica-Cotec, Juan Mulet, señala que la apertura de enfoque se está propagando en las políticas de Responsabilidad Social si bien la llamada eco-innovación, inspirada en los principios de eficiencia y reducción de residuos, sigue siendo la tendencia predominante. Asimismo, Jiménez Herrero añade que “cada vez tienen más peso tendencias novedosas ligadas a las nuevas tecnologías, como el caso de la biotecnología; en otras palabras, poco a poco, ganan terreno aquellas vías que desmaterializan la economía, buscan la máxima productividad y eficiencia procurando el residuo cero”.
Así las cosas, Mulet, considera que “la innovación es en sí misma sostenible; no debería hacer falta ninguna precisión al respecto, creo que el hecho de añadir ese sostenible resulta hasta redundante: si no es sostenible no es innovación… Será otra cosa”.
La cuestión es que España aún tiene un largo camino por delante en estos frentes. Según los resultados del European Innovation Scoreboard, el índice que mide el avance de la I+D en diferentes países, España se sitúa en el Top 25 de las economías orientadas a la innovación, en el puesto número 20.
El estudio refleja que el potencial de innovación aún se encuentra muy apegado a sectores tradicionales al tiempo que existen grandes posibilidades y nichos de mercado en sectores emergentes así como nuevos yacimientos de empleo. Para Granda, los resultados del estudio no hacen sino evidenciar que “España sólo es una economía moderadamente innovadora cuando precisamente resulta esencial consolidar en todos los agentes la idea de que la innovación y la competitividad son dos conceptos fuertemente vinculados e imprescindibles para el crecimiento económico”.
Retomando la ‘guerra de términos’, Jiménez Herrero asegura que habría que añadir una puntualización más en cuanto a la futura política económica de la I+D se refiere: “Deberíamos aplicar estos conceptos en el terreno de la financiación de manera que la innovación, más que sostenible, debería ser sostenida en el tiempo, capaz de aguantar el tirón y no desmoronarse en etapas recesivas”. El recorte del 25% en I+D de los últimos Presupuestos “supone la interrupción de proyectos con pérdidas económicas irreversibles”. En este sentido, el responsable del OSE incide en que la apuesta por la ciencia debe plantearse con una perspectiva largoplacista. “En estos procesos, los resultados nunca son inmediatos y, teniendo en cuenta que el futuro económico de España es la innovación, en otras palabras, todos sabemos que es la garantía para un progreso sostenible, no parece razonable recortar el gasto en ciencia; se podrá o recortar en otras partidas pero desde luego en innovación no, no nos lo podemos permitir”.