Existen lugares que parecen sacados de otra época. Sitios en los que, si eres un niño o niña, las posibilidades de crecer sano se reducen considerablemente. Uno de estos lugares son las plantaciones de té de Bangladesh: las familias que viven y trabajan aquí lo hacen en condiciones casi de esclavitud. Viven en pequeñas chozas de una habitación que les asigna la autoridad del Jardín de Té, es decir, la empresa que explota el lugar.
La electricidad puede ser la única instalación moderna que disfrutan en su casa. No tienen pozo, agua corriente, ni tampoco letrinas. La mayoría, incluidos los niños y niñas que viven en la plantación, sufre de malnutrición y el acceso a la educación en estos lugares no es mucho más esperanzador que las condiciones en las que viven. Todo lo contrario: hay pocas escuelas, y las pocas que hay son de una habitación, muchas veces sin ventana, sin pizarra, sin mesas ni sillas y un profesor con buena voluntad que debe dar clase a niños de primaria y secundaria mezclados en la misma clase.
Ante estas duras condiciones que viven los más pequeños y sus familias no podíamos permanecer impasibles. Por ello, iniciamos un proyecto en las plantaciones de té de Sremangal y Komolganj Upazilla con el que pretendemos mejorar las condiciones de vida de esta población, así como también la educación de los más pequeños, especialmente los que se encuentran en la etapa de educación inicial.
Los años más decisivos
El pequeño Amir, que hoy tiene 4 años, llegó a uno de los centros de educación inicial que tenemos en las plantaciones de té cuando tenía casi tres y no quería saber nada de nadie. El niño, algo tímido, no estaba acostumbrado a estar con más niños y niñas de su edad. No quería estar allí y lo manifestaba activamente. Tenía dificultades para expresarse según su edad: le costaba pronunciar correctamente las palabras y no era capaz de decir frases completas con fluidez, además de no entender qué decían los demás.
Al principio, Amir lloraba al llegar y era reacio a quedarse mucho tiempo. Incluso agredía físicamente a otros niños y se mostraba desobediente con el monitor. Al darse cuenta de la situación, la educadora de nuestro centro le proporcionó más atención, cuidados y cariño, y le hizo participar en varias actividades del centro. También aconsejó a los padres de Amir que pasaran tiempo de calidad con él en casa, jugaran juntos y crearan un entorno agradable para él.
Y es que es importante no desistir, porque la etapa de la educación inicial es clave pues sienta las bases de futuro. La educación y el cuidado de calidad en esta etapa potencian no solo el desarrollo de las habilidades cognitivas y las competencias básicas para el aprendizaje sino también otras habilidades no cognitivas como la socialización, la atención, la capacidad de trabajo, la disciplina, la motivación para aprender o la autonomía personal. Quienes acceden a la educación entre los 0 y los 3 años tienen menores tasas de abandono escolar y de repetición de curso.
El camino de Amir: del desinterés a la motivación
Todo esto preocupaba mucho a la familia del niño. Pero después de unos meses en el centro, todo cambió a mejor. Poco a poco, sus hábitos empezaron a consolidarse: acudía al centro con regularidad y tenía ganas de estar con sus amigos. El cuidado y apoyo tanto de los educadores como de su familia empezaba a dar sus frutos y los progresos del niño se hacían visibles.
Hoy Amir es un niño feliz y proactivo. Puede hablar con claridad, recitar rimas, dibujar y pintar con destreza, saludar a los demás, jugar a diferentes juegos, identificar varias flores, frutas, peces, pájaros y verduras, intentar crear cosas diferentes y comunicarse con los demás sin problemas.
La madre de Amir no puede estar más contenta: “Estaba muy preocupada por el comportamiento de mi hijo Amir. Ahora es un niño despierto y sociable. Estoy muy agradecida al proyecto de Educo”. Amir, por su parte nos cuenta que le gusta mucho ir a la escuela porque ahora se siente seguro: “Cuando sea mayor, quiero ser policía”, concluye.