Por primera vez, el año pasado todos los expertos del mundo y la población general señalaron que el riesgo climático es la principal amenaza a la que se enfrenta la humanidad. Esa es la principal conclusión que dejó el informe ‘AXA Future Risks Report 2022’, especialmente relevante por el contexto global en el que las tensiones geopolíticas abren informativos prácticamente a diario.
Sin embargo, cada vez sufrimos más en primera persona y son también más recurrentes las noticias sobre el incremento de las olas de calor, cada vez más duraderas e intensas, que regiones como Asturias hayan tenido que solicitar por primera vez ayudas por el impacto de la sequía, que los veranos se hayan alargado en cinco semanas según la Agencia Estatal de Meteorología desde los años 70, o que la temperatura del Mediterráneo esté dos grados por encima de la media. Desertificación, disminución de los caudales, proliferación de especies invasoras, aumento del nivel del mar, inundaciones…
Todo son señales de alerta que nos manda el medio ambiente, nuestro planeta, de que la emergencia es tan real como urgente.
Sin embargo, pese a esta concienciación de que el cambio climático es el principal reto al que nos enfrentamos, ¿a quién atribuimos las responsabilidades de esta escalada del problema climático? ¿Cómo actuamos como individuos? ¿Hasta qué puntos estamos dispuestos a la implementación de nuevas medidas y restricciones y, más importante, a perder nuestro confort personal de forma voluntaria para reducir nuestra huella medioambiental?
¿Estaríamos dispuestos a renunciar al aire acondicionado este verano, que se prevé extremadamente cálido? ¿Cambiaríamos el transporte público para ir a trabajar por el cómodo “puerta a puerta” del vehículo privado? ¿Cambiaríamos nuestros hábitos de alimentación, a favor de alimentos de origen vegetal y comprando únicamente lo que vamos a consumir, reduciendo el desperdicio alimenticio y, por tanto, de recursos que se utilizan para su producción?
Al hacernos de forma honesta estas preguntas, nos encontramos ante dos caras de una misma moneda: el individuo ante el medio ambiente, que tiene conciencia de la triple crisis del calentamiento, la pérdida de biodiversidad y la contaminación, pero también ante la persona resistente a cambiar sus costumbres y su estilo de vida y renunciar a sus comodidades.
Todos podemos y debemos vivir de una forma más sostenible para promover la reconstrucción de un mundo mejor para todos hoy, pero sobre todo habitable para las generaciones del mañana. Gobiernos, organismos públicos y empresas deben ser responsables y liderar con el ejemplo, pero también como individuos debemos tener un compromiso. La demanda de recursos naturales es más alta que nunca, con un aumento de más del triple desde 1970 según las Naciones Unides desde 1970 y un incremento del 45% en el uso de combustibles fósiles.
Estamos utilizando el equivalente a 1,6 Tierras para mantener nuestro actual modo de vida y el medio ambiente no nos puede seguir este ritmo. Tomemos conciencia. Pensemos dos veces antes de tomar decisiones de consumo ya que el estilo de vida, principalmente el que impera en los países desarrollados, tiene un profundo impacto negativo en nuestro planeta y solo así, con la apelación directa a la responsabilidad individual y colectiva, podremos conseguir que en un futuro el Día Mundial del Medio Ambiente deje de ser una efeméride en nuestros calendarios. Al final, la suma de las pequeñas grandes acciones de las cerca de 8.000 millones de personas que habitamos el planeta Tierra supondría un cambio de tendencia.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial del Medioambiente 2023.