El sistema capitalista vincula nuestro bienestar al crecimiento del producto interior bruto y al consumo material y energético. En las conversaciones sobre el cambio climático y la transición energética se persigue un equilibrio entre la oferta – cada vez más verde – y la demanda de energía. Con todos los países buscando el crecimiento de su PIB, el desafío de encontrar este equilibrio está lejos de ser solucionado, demostrado por los resultados de la COP26 recién concluida.
Casi toda la esperanza está puesta en proyectos de creación de infraestructuras energéticas “verdes” como sustituto de las infraestructuras de base fósil. Digo verdes entre comillas, ya que la producción de dichas infraestructuras requiere de los fósiles y además de una ingente cantidad de materiales cada vez más escasos. Otra parte de la esperanza esta puesta en los avances tecnológicos que apuntan a mejores eficiencias de una placa fotovoltaica o una turbina eólica, por poner un ejemplo, lo que implicaría una reducción instantánea de la necesidad energética. Sin embargo, la paradoja de Jevons implica que la introducción de tecnologías con mayor eficiencia energética pueden, a la postre, aumentar el consumo total de energía.
Lo que es sorprendente es lo poco que se cuestiona la demanda en sí. Con el Black Friday, las navidades y la Fiesta de Reyes acercándose, ¿queremos realmente volver al frenesí de la compra de productos de consumo? Las múltiples evidencias científicas aseguran que la mayor posesión material no conlleva mayor nivel de bienestar, para colectivos desarrollados.
La necesidad energética y material de los países pobres y los colectivos pobres dentro de los países desarrollados es comprensible y prioritaria en la agenda. Pero para el Norte opulento no es tan difícil ni dramático visionar un futuro con menor consumo energético y material. Y aquí es donde entra con fuerza la economía circular. Para el sector civil dentro de una economía circular, el papel de las personas crece para no verlos solo como consumidores con ciertos derechos, sino como ciudadanos con responsabilidades. Para el sector privado dentro de la economía circular, se vislumbran múltiples modelos de negocios novedosos y ampliamente desarrollados por empresas de éxito. Por ejemplo, cada vez más empresas no venden productos, sino servicios que facilitan que los productos se diseñen para la longevidad, minimizando su consumo energético durante la vida útil.
Otras empresas comparten activos y productos para maximizar su utilización y productividad. Y otras se enfocan en aprovechar todo flujo de residuo para evitar que fuguen al medioambiente, además de crear valor con ello. Etc. Estas oportunidades suponen la creación de trabajos con propósito, además de valor económico para las organizaciones que salen de la visión lineal para abrazar una más circular.
La receta capitalista actual no está funcionando. Repensando nuestro sistema de producción y consumo y visionando un futuro con menor dependencia energética y material, tendremos la opción y el potencial de acercarnos al bienestar de otra manera. A estas alturas afirmar que el bienestar no es igual a un consumo material y energético me parece un axioma.