No es una coincidencia que el auge de la economía circular haya corrido paralelo a los años de la crisis económica, ya que es en estos ciclos bajistas cuando, por necesidad, aprendemos lecciones para corregir los desequilibrios que nos han llevado hacia ellos. Si algo nos ha enseñado ésta es, en primer lugar, que el sistema económico actual, basado en la producción lineal de extracción, fabricación, utilización y eliminación, más conocido como “usar y tirar”, es insostenible. Y, en segundo lugar, que el desarrollo económico sólo es viable cuando tiene en cuenta la sostenibilidad y la protección de nuestro entorno. En definitiva, que es posible crecer y preservar al mismo tiempo, y el único camino para lograrlo es el desarrollo sostenible.
En las últimas décadas, la rápida industrialización de las economías emergentes ha aumentado la demanda de recursos y su consumo desmedido. Industrias de todo el mundo necesitan los mismos materiales, de modo que muchos de ellos se han encarecido o su suministro se ha reducido. De hecho, el estudio Cerrar el círculo. El business case de la economía circular, de Forética, apunta que la cantidad de materias primas extraídas y consumidas en todo el mundo ha aumentado un 60% desde 1980. Por citar solo un ejemplo, el smartphone o el portátil que usamos a diario contienen más de 60 elementos químicos, incluyendo un alto número de metales raros.
Ante este panorama, estamos asistiendo a un cambio de paradigma económico, que pasa por disminuir la explotación de los recursos naturales y una profunda transformación de las cadenas de producción y los hábitos de consumo. Según datos de la Fundación Ellen MacArthur, McKinsey y el Foro Económico Mundial, Europa podría obtener un beneficio neto de 1,8 billones de euros de aquí a 2030 si avanza hacia un modelo de economía circular, 0,9 billones más que con en el actual sistema de producción y consumo lineal.
Asimismo, según estimaciones de la Comisión Europea, si se aplicara toda la normativa vigente en materia de residuos, se crearían más de 400.000 empleos en la Unión Europea, 52.000 en nuestro país. Esto demuestra que el reciclaje debe desempeñar un papel protagonista en el nuevo modelo productivo, al representar una oportunidad para usar los recursos de forma inteligente y un menor impacto de los residuos en el medio ambiente.
De hecho, ante este panorama cobra especial importancia el reciclaje de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos, conocidos como RAEE. Según un estudio de dos entidades chinas, la Fundación Nacional de Ciencias Naturales y el Fondo Nacional de Ciencias Sociales, publicado en la revista Environmental Science & Technology, extraer de la tierra los minerales para fabricar nuevos dispositivos electrónicos resulta 13 vez más caro que obtenerlos a través de la minería urbana, es decir, facilitar la reutilización de los materiales contenidos en los RAEE, gracias a su reciclaje.
Este dato nos da una idea de la importancia de garantizar el reciclaje del máximo volumen de residuos electrónicos, y es aquí donde juegan un papel imprescindible los sistemas colectivos, el modelo por el que optan el 98% los productores de aparatos para cumplir su obligación de financiar y organizar la gestión de estos al finalizar su vida útil.
Con las 262.000 toneladas de residuos electrónicos gestionadas en 2017, un 17% más que en 2016, estos sistemas han demostrado ser un agente cualificado de la economía circular. Explicado de una forma más gráfica, esta gestión ha evitado la emisión de las toneladas de CO2 equivalentes a 107.871 coches circulando durante un año, así como recuperar entre el 85 y el 90 por ciento de los materiales contenidos en estos residuos.
En definitiva, el reciclaje, en especial de aquellos residuos que, como los electrónicos, contienen materias primas valiosas y críticas por su escasez, es una pieza fundamental de ese modelo productivo sostenible que precisamos con urgencia. Un escenario en el que la economía ha de ser circular o, sencillamente, no será.