El camino hacia la sostenibilidad pasa por la transformación de las ciudades en ecosistemas más fértiles, en comunidades más autosuficientes, resilientes e inteligentes, capaces de hacer frente a largos periodos de sequia, al aumento de la población (pobreza y riesgo de exclusión social), a los distintos retos de la movilidad urbana o del abastecimiento energético.
En Europa, se calcula que aproximadamente el 70% de la población vive en las ciudades, que consumen un 80% de la energía. Por esta razón, la UE puso en marcha una estrategia basada en la economía circular, en la eficiencia energética de los edificios, en la descarbonización de la economía y en la gestión ecológicamente racional del agua y de los residuos, etc. Actualmente las grandes ciudades europeas ya no compiten por ser un polo de producción industrial sino más bien por ser territorios más verdes, capaces de ofrecer a sus ciudadanos un entorno más sano (mejor calidad del aire y agua) una mejor movilidad urbana, mayores oportunidades de integración social o un desarrollo digital adaptado.
Las ciudades inteligentes necesitan tener ciudadanos inteligentes, es decir, informados y educados en hábitos sostenibles, capacitados para participar activamente en el proceso de toma de decisión a nivel local, ejerciendo una gobernanza más eficaz y participativa. Por su parte, las autoridades locales tienen en su poder la posibilidad de transformar el mercado a través de un sistema de contratación pública más verde, seleccionando proveedores de bienes y servicios que cuenten con certificados medioambientales o etiquetas ecológicas, favoreciendo la construcción de edificios más eficientes enérgicamente y fomentando un turismo respetuoso. En este proceso de transformación, las empresas serán, cada vez más, juzgadas por su impacto global en la sociedad y el medio ambiente. Por eso, las empresas que se nieguen a asumir estas responsabilidades estarán condenadas al fracaso, por la presión ejercida desde cuatro ámbitos: el consumidor, el empleado, el legislador y el inversor. Solo las empresas que tomen en serio la RSE y enfoquen su actividad en reparar las grietas en nuestro mundo crecerán a largo plazo.
Por último, los ciudadanos estamos llamados también a colaborar en esta transformación, a través del ejercicio de nuestra profesión (arquitectos, taxistas, guías turísticos, empresarios, funcionarios, etc), cambiando nuestros hábitos, utilizando de manera más sostenible nuestros recursos, especialmente el agua, innovando socialmente en laboratorios de vida urbana. El poder de transición hacia la sostenibilidad ya no reside en los políticos, generalmente desgastados, sino en el conjunto de ciudadanos comprometidos con el desarrollo socialmente equilibrado y ambientalmente sostenible de nuestras ciudades.