La pandemia global ha dejado un efecto confuso en nuestra sociedad y en la carrera hacia la sostenibilidad en las organizaciones. Por una parte, parece haber tenido un impacto negativo en la Agenda 2030, y en la contribución a los ODS.
Sin embargo, se ha incrementado la visibilidad del cambio de paradigma y las iniciativas reales con impacto a largo plazo, para llevarse a cabo. Las empresas pueden contribuir a la gran oportunidad de continuar con el modelo de “Ciudades sostenibles”.
Con el crecimiento de las ciudades se está incrementando rápidamente el número de habitantes en barrios precarios con infraestructuras y servicios sobrecargados e ineficaces, y todo ello impacta en la calidad del aire, los suministros de agua dulce, el entorno de vida y la calidad de vida de los habitantes.
En el otro lado del hemisferio, como ocurre en muchas ciudades de América del Sur, son más vulnerables al cambio climático y a los desastres naturales debido a su elevada concentración de personas y su ubicación, por lo que, reforzar la resiliencia urbana, es crucial para evitar pérdidas humanas, económicas y sociales.
Y bien, pero ¿Cómo podemos pensar en ciudades sostenibles pensando en términos de sostenibilidad?
Para poder hacer operativa la sostenibilidad en las ciudades, la empresa como agente de cambio, puede contribuir con iniciativas como aumentar la inversión y protección en el patrimonio natural y cultural.
También, el desarrollo, investigación y comercialización de productos y servicios que ayuden a mejorar el transporte público, espacios verdes e infraestructura urbana prestando especial atención a las necesidades de las personas más vulnerables, como personas mayores, o personas con alguna discapacidad.
Desde el sector público, una iniciativa cercana en el corazón de la capital, Madrid Central proyecto que, a través de la implantación de áreas restringidas para los vehículos más contaminantes, obtuvo algunos logros como la mejora de la calidad del aire y disminución de contaminación acústica.
Este proyecto estrechamente ligado al ODS 11 y específicamente a una de sus metas 11.6 “Reducir el impacto negativo per cápita de las ciudades, incluso prestando especial atención a la calidad del aire …” junto con las normas europeas en materia de calidad del aire, fue tan alabado como reprochado.
Más allá de las políticas públicas y la necesidad de colaboración del sector público privado, el camino hacia una verdadera ciudad sostenible es aquella que es capaz de utilizar el potencial de la tecnología y la innovación, con el resto de los recursos, para promover de manera más eficiente un desarrollo sostenible y, en definitiva, mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.
Desde la llegada del siglo XXI, urbes de todo el mundo se reinventan con proyectos propios de una ciudad sostenible ante retos globales, las ciudades buscan soluciones en la tecnología. Una apuesta real por la utilización del big data o el internet de las cosas (IoT) aporta beneficios como la optimalización de los servicios públicos, o una administración mucho más eficiente de los recursos para evitar todo tipo de derroches.
El sector privado juega un papel crucial, se deberían aprovechar sus innovaciones tecnológicas, pero también se debería involucrar a los ciudadanos y en este sentido, una cuestión sigue sin respuesta ¿Están a salvo nuestros datos? Más allá de las consideraciones desde un punto de vista ético, no cabe duda que el concepto ya no forma parte de la literatura de ciencia ficción y que la tecnología como herramienta, será sencillamente crucial en la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos, sin estar confrontado con los criterios de sustentabilidad urbana.
Este artículo forma parte del Dosier Corresponsables: Día Mundial de las Ciudades, en colaboración con LafargeHolcim.