El tiempo y el dinero no tienen el mismo valor en todas las culturas. Incluso dentro de las mismas sociedades, podemos encontrar instituciones, individuos o empresas cuyos criterios éticos sean distintos y hagan primar su interés por encima del resto de las entidades. Por ello, debemos celebrar el hecho de haber llegado a un consenso generalizado sobre la necesidad de reducir las emisiones de CO2 de nuestra actividad como habitantes de la Tierra.
Ni siquiera es relevante hoy atribuir a la acción del hombre la responsabilidad del calentamiento global, porque luchar contra el incremento de temperatura del planeta, es perentorio, independientemente del resultado de la discusión.
Nuestra economía globalizada, ha generado la reducción de desigualdades entre regiones del planeta a lo largo de los últimos cien años, pero ha extendido un problema como el de las emisiones de CO2 que nos afecta, y que debemos empezar a contabilizar en las economías de las empresas, así como en las nacionales.
Los objetivos fijados en las sucesivas COP requieren un cambio de mentalidad de muchos políticos, para poder desplegar todo el abanico regulatorio que facilite la iniciativa privada. La transformación, no viene de una circunstancia casual o de una evolución social o tecnológica, sino de una necesidad, y el Ser Humano ha tenido siempre la capacidad de resolver sus necesidades.
Si en la década de los cincuenta del siglo pasado, imaginaban un futuro de coches voladores en los años 2000, y obviamente no se ha cumplido, es porque no lo necesitábamos. En cambio, la mutación a la economía verde es una necesidad vital para nuestra especie.
La forma en la que determinadas economías han venido creciendo de forma apabullante en las últimas décadas, ha externalizado numerosos costes medioambientales que no solo hemos soportado económicamente en Europa, sino que hemos mirado hacia otro lado, para alcanzar un bienestar social que ya hoy no es sostenible.
La responsabilidad es de todos, tanto de las entidades privadas como de los estados y por supuesto de los ciudadanos. Y no se trata de flagelarnos por haber llegado a este punto, sino de asumir que el modelo que nos ha traído hasta el problema actual no puede tener continuidad.
Además, el camino a la reducción de emisiones no tiene porqué suponer un retroceso tecnológico o económico, pues precisamente es la tecnología, la que nos permitirá mitigar los efectos del cambio climático, a través de las reducciones de emisiones y es la transformación de la economía hacía un modelo sostenible, la que generará infinidad de oportunidades de crecimiento empresarial.
De la misma manera que las revoluciones industriales generaron nuevas oportunidades de negocio y la transformación de otros ya existentes, la reducción de emisiones traerá consigo mejoras en elementos tan dispares como la conservación de la biodiversidad o del capital natural, del stock de recursos finitos o la reducción de los costes sanitarios derivados de las enfermedades provocadas por la contaminación.
Una de las grandes ventajas de nuestro tiempo es que el capital, está a disposición de aquellos cuya responsabilidad con el medioambiente sea mayor. El dinero ha entendido la obligación de generar riqueza sin deteriorar el planeta o al menos, sin mermar la capacidad de las generaciones futuras de habitarlo en condiciones incluso mejores que las que disfrutamos hoy. Todo lo que dejemos para mañana, supondrá un desembolso económico mayor, a costa de una menor rentabilidad futura.
Queda claro que la reducción de emisiones se enmarca en un ámbito mucho más amplio que genera bienestar y progreso. Vivimos en un mundo globalizado pero cada jugador aplica sus propias normas de juego. La consecuencia es que consumimos productos fabricados fuera de nuestras fronteras que han sido fabricados en unas condiciones medioambientales y laborales que serían inaceptables dentro de ellas. Por lo que, si queremos más oportunidades o menos diferencias sociales, debemos empezar a tomar decisiones de consumo consciente, exigiendo conocer la huella de carbono de los productos y servicios que elegimos.
Y no olvidemos, que esfuerzo no equivale a incremento de coste. Quizás, en el peor de los casos, supone la internalización de estos. Y como buen ejemplo, el desarrollo de las energías renovables, que han conseguido ser competitivas respecto a las tecnologías tradicionales sin que estas hayan internalizado todos sus costes. El recorrido de su curva de aprendizaje y la mejora en la eficiencia, no solo han logrado los objetivos de reducción de nuestra dependencia energética y del precio de la energía, si no que, además, nos permiten reducir las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera.
Esta tribuna forma parte del Dosier Corresponsables “Día por la reducción de las emisiones de CO2”