Sobrevivir en Latinoamérica y el Caribe es una misión titánica para las personas en condición de vulnerabilidad. La pandemia profundizó las desigualdades, la pobreza y las asimetrías sociales, económicas y ambientales existentes antes de este evento planetario. Como resultado, 11,8 millones de personas en la región cayeron directamente en condiciones de pobreza debido a la pérdida de ingresos, según la CEPAL.
Como agravante, los estados de la región, con una endeble situación fiscal han enfrentado severas dificultades para proveer mecanismos de protección social para amortiguar el golpe de la peor crisis que haya enfrentado la región.
En este proceso de deterioro económico y social, y todavía en un panorama de recuperación ralentizada, miles se han visto forzados a desplazarse en busca de mejores oportunidades. Latinoamérica es un pasadizo donde millones migran huyendo de privaciones materiales y persistentes crisis sociales, políticas y desastres ambientales. Para estas poblaciones, su norte es la esperanza de una vida digna.
Entre los grupos que transitan por la región resaltan millares de ciudadanos haitianos que cruzan Latinoamérica de norte a sur, con el afán de llegar a Estados Unidos. Algunos iniciaron un largo trayecto desde Chile y Brasil adonde llegaron años atrás huyendo de la pobreza extrema, la inseguridad y la ausencia de servicios básicos en su país, pero que han visto menoscabada su situación en el marco de la crisis que desató la pandemia. En el camino, se entremezclan con migrantes extra-continentales (especialmente proveniente de países africanos tan diversos como República Centroafricana del Congo, Nigeria o Sierra Leona y con otros haitianos cuyo éxodo fue forzado por un reciente magnicidio y un potente terremoto –en agosto anterior- que terminó por arrasar con los precarios medios de vida del país.
Uno de los puntos más peligrosos de este periplo es el cruce por el tapón del Darién, una porción selvática entre Colombia y Panamá. El número de niños y niñas haitianos que ha cruzado este territorio se ha triplicado en los últimos cinco años. En el 2021, se han contabilizado 19.000 niños y niñas que han hecho el peligroso trayecto, según UNICEF.
No solo están expuestos a las condiciones más agrestes propias de una jungla, también se enfrentan a riesgos como contraer enfermedades infecciosas como la malaria, riesgos de trata y abuso, y el acecho por parte de grupos de crimen organizado presentes en la zona y animales salvajes.
El panorama para los grupos desplazados es severo: la pandemia precipitó el retorno del hambre para muchas familias y acentuó la xenofobia y la discriminación en contra de la población haitiana, limitada de oportunidades por barreras culturales, brechas de educación y de idioma.
Acciones de World Vision
Frente a esta situación, World Vision está proveyendo ayuda humanitaria esencial a la niñez migrante y a sus familias. El más reciente recuento señala que se han atendido cerca de 3500 personas con kits de higiene, asistencia para mujeres embarazadas, refugio y ayudas en efectivo multipropósito. Además, la organización ha instalado un centro de atención psico-social para los niños y niñas, muchos de ellos traumatizados debido al extenuante y peligroso trayecto.
El apoyo se brinda desde Necoclí, estado de Antioquia, Colombia, punto desde el cual las familias buscan la entrada al tapón del Darién por vía pluvial. Las necesidades son crecientes y frente a un desplazamiento que parece agravarse, es fundamental la colaboración. Actualmente, la intervención de World Vision se realiza en asociación con la iglesia católica y en este momento está en busca de recursos para extender el alcance de esta asistencia.
Nuestra misión de proteger a la niñez más vulnerable, y en este caso, a la niñez en movimiento, requiere del esfuerzo mancomunado de gobiernos, organizaciones de base de fe, sociedad civil, empresas y agentes de cooperación. Lanzamos esta petición no sólo de recursos, sino de voluntades y capacidades para asegurar el bienestar de la niñez y sus familias.
Desde nuestra incidencia, nos unimos al llamado a gobiernos y organismos multilaterales para atender urgentemente esta crisis que es invisible a muchos. Lo que está en juego es la vida y el cumplimiento de los derechos fundamentales de miles de personas, en cuenta niños y niñas, cuyos derechos y protección debe ser una prioridad.
Al hacerlo, contribuimos no sólo con un imperativo moral de solidaridad, resguardamos el capital humano de nuestra región. Abonamos con ello las oportunidades que merece cada niño y niña para alcanzar su pleno potencial. El primer paso es garantizar su supervivencia. Pero necesitamos unir esfuerzos para asegurar condiciones seguras de tránsito y acogimiento y crear condiciones que les permitan su pleno desarrollo en las comunidades de acogida. La colaboración es clave.